La titánica empresa que se traía entre manos Edgar Wright al querer trasladar al cine el cómic de Bryan Lee O’Malley podría haberse convertido en un completo desastre si no llega a contar precisamente con ese director tras las cámaras. Y no lo digo porque el material original sea difícil de adaptar o que exija algunos sacrificios a lo cinematográfico de la película para que se pueda asemejar al cómic, no. Lo digo principalmente porque el realizador debía ser tan geek, freak o cualquiera de los calificativos que usa mi compañero Alberto en su crítica como para entender el material original y sobre todo para respetarlo en su adaptación.
Estoy seguro de que Wright tiene mucho de Scott Pilgrim, y viceversa. Por que se nota en el respeto con el que trata al personaje, ya que no le muestra como un bicho raro e introvertido que sólo desea estar en su casa: aquí el protagonista también forma parte de esa tribu urbana pero no se le expone desde los estereotipos de algunas películas sobre adolescentes, sino como un chico normal con los problemas corrientes de su edad.
¿Por qué hablo de “Scott Pilgrim vs. the World” como paradigma del cine posmoderno”? Sin duda por las innumerables referencias que toma de toda clase de disciplinas artísticas, desde el cine hasta los videojuegos y desde el cómic hasta la televisión. Podemos encontrarnos durante su metraje numerosos homenajes, guiños o cómo lo queráis llamar, a obras anteriores, algo que trasciende la propia adaptación del cómic.
Con esto es con lo que podemos concluir que Edgar Wright era el candidato idóneo para dirigir esta película, puesto que tiene unos conocimientos y una falta de tapujos —en el mejor de los sentidos— en su forma de rodar que se hacían completamente indispensables si querían conseguir una adaptación decente de la obra original. Así nos encontramos con un collage donde se encadenan escenas que van desde los planos imposibles sacados del mundo de los videojuegos hasta elementos estilísticos propios del manga japonés. Una escena que me llamó particularmente la atención, a tenor de estas referencias de las que estoy hablando, era la que simulaba un capítulo de la famosa serie televisiva Seinfeld, usando su música e incluso las risas de un falso público en directo.
Lo mejor de todas estas referencias que toma Wright no es sólo el hecho de que las use de una manera determinada dentro del discurso, y que sin duda adquieren una efectividad notoria, sino que no se limita a tomarlas y plasmarlas en la pantalla. El director va más allá con todas ellas y cuando encontramos elementos de este tipo, que en principio podrían ser ajenos al cine, aquí encajan perfectamente y dotan a la imagen y a la historia de un mayor sentido, aumentando si cabe el sentido que podrían tener dentro de su propio medio.
Evidentemente la música es un elemento clave en la película. Hace unos meses os trajimos la banda sonora para que la pudiérais escuchar por internet, así que a los que no hayan visto la película aún os podréis hacer una idea del estilo que predomina. Además Pilgrim, para el que no había un actor mejor que lo pudiera encarnar si no era Michael Cera, forma parte de un grupo de música independiente, por lo que es un tema que está muy presente durante toda la película y que Wright sabe utilizar muy bien cuando lo necesita.
Es verdad que el cómic original es una auténtica locura, y que habrá muchas personas que lo hayan leído y que no se sorprendan cuando vean en pantalla lo que ha hecho Wright, sin embargo mi sensación fue que cogió un material original que suponía todo un reto para él pero cuya adaptación parece que se le ha hecho de lo más fácil viendo el resultado. Lo que el espectador puede extraer de la película es que el director sabe en todo momento lo que está haciendo y que nada se escapa a su control. Y teniendo en cuenta la clase de película que es, que podríamos tratarla de locura narrativa y visual como mínimo, no hace más que destacar la titánica labor que ha llevado a cabo y cuyo resultado disfrutaremos durante muchos años.