El científico de Krypton Jor-El (Russell Crowe) está enfrentado a uno de sus generales, el sublevado Zod (Michael Shannon). El conflicto se resolverá dramáticamente y el hijo de Jor-El terminará en la tierra. Allí, Kal-El (Henry Cavill) descubrirá que tiene poderes y también un destino cuando el temible Zod escape de su encarcelamiento y amenace con destruir todo el planeta.
La invitación a la esperanza fue hecha. Los prometedores teasers, la estética bucólica de ellos y la promesa de que Christopher Nolan era uno de los padres del nuevo Superman invitaban a todo el mundo a pensar que este sería, efectivamente, un nuevo y mejor Superman que la fallida ‘Superman Returns’ (id, 2006) de Bryan Singer. El resultado es desolador, aburrido y una travesía sin fin.
Yo era uno de los escasos espectadores que pensó que cuanto más ruidoso, divertido y espectacular, mejor era el cine de Nolan. Por eso tanto ‘El caballero oscuro’ (The Dark Knight, 2008) como ‘El caballero oscuro: la leyenda renace’ (The Dark Knight Rises, 2012) me parecen películas más o menos encomiables, con todos sus agujeros de guión y con todos sus excesos de metraje, de hecho, creo que la tercera es la mejora absoluta sobre las otras dos.
Pero este mamotreto de Zack Snyder, escrito por David S. Goyer a partir de una historia suya y de Nolan, me recuerda porque ‘Batman Begins’ (id, 2005) tras una primera mitad de agradable acrobacia narrativa se convertía en un solemne e intragable coñazo sin demasiado interés. Pero claro, aquí la cosa empeora.
El asunto empieza con un agradable y esperanzador prólogo en Krypton. Allí, Russell Crowe demuestra ser, por primera vez en mucho tiempo, lo mejor de esta función y está divertido. También el diseño de producción y la dirección están a la altura, demostrando soltura, distancia e imaginación de las previas encarnaciones cinematográficas del nativo de Krypton. Después, en parecida intención de dar acrobacias narrativas a la manera del Batman nolanita, se pretende narrar la infancia y primera juventud de Superman a modo fragmentario, un concepto interesante que no tarda en ser lastrado por los tremendos e idiotas agujeros de guión de Goyer, un escritor pésimo, carente de inteligencia alguna cuando se trata de dibujar personajes psicológicamente complejos y ambivalentes.
Concibiendo desde un villano desdibujado a partir de un motor narrativo que no funciona (¿el códice? ¿pero para qué usarlo?) y cuyos planes de destruir a Superman no dejan de ser o confusos o lastimeros, la película entra en caída libre una vez decide eliminar del metraje a Jonathan Kent (Kevin Costner, perdido en su personaje) del modo más ridículo y paródico posible (un huracán, salvar a un perro y….un Clark impotente por un discurso).
La cosa empeora. Las transiciones entre escenas no funcionan, solamente la primera aparición de Faora tiene algo del estilo cinematográfico y vibrante que se supone que tienen que transmitir las batallas. Sí, ciertamente el ruido digital es tremendo y la batalla es larguísima, pero es estúpida, caótica y carece del pulso narrativo que hizo que ‘Los Vengadores’ (The Avengers, 2012) no fuera más o menos buena por tener un gran clímax sino también por saberlo contar y por saber mover a sus personajes de manera coherente (en lo visual y en lo argumental) en medio de una batalla, aumentando con ello el entretenimiento. Por si fuera poco, la reinvención consiste en un mejungue argumental de las dos primeras versiones de Richard Donner sin sentido de la maravilla, sin grandes interpretaciones y con barroco digital. Pero no es un problema de originalidad, sino de enfoque.
Por si fuera poco, la película se mueve entre una chusca metáfora de Cristo y una reivindicación nada disimulada del sacrificio de un individuo en medio de una sociedad mediocre que hará las delicias de los republicanos randianos estadounidenses, tan convencidos de que la meritocracia es la solución a todo resquebrajamiento y desigualdad en la sociedad.
Del desaguisado, con una presencia inexplicable de los militares y su presunta fuerza – recurso heredado pésimamente de ‘Transformers’ (id, 2007)- lo que aquí tenemos es un espectáculo olvidable, largo, aburrido y que tiene el mérito de haber despojado a Superman de imaginación, fuerza e inteligencia. Era un icono que apelaba a la esperanza, y a muchas clases de ella: a la esperanza primaria de surcar las nubes y mirar el mundo desde ellas pero también a la que de un hombre en apariencia corriente surgiera la fuerza, el tesón y el coraje para afrontar los problemas. Y no es que esto vaya en detrimento del drama: los que hayan leído las versiones de Kurt Busiek o John Byrne del personaje saben que su origen permiten grandes dosis de dramatismo, siempre y cuando se haga desde la imaginación y no en contra de ella.
La angustia existencial de este Superman carece de poesía alguna – qué lejos estamos de las versiones de Alan Moore del personaje – y solamente Amy Adams, en un papel breve, logra hacer algo más visible el conjunto.
Mal escrita (¿por qué Superman asume la identidad de Kent al final si el guión ha resuelto con astucia la habilidad de Lane para adivinar de quien se trata con tres llamadas? ¿qué clase de ridícula venganza pretende Superman sobre Zod cuando este se pone amenazador? ¿Y por qué desestima tan pronto otras opciones y se comporta como un vulgar héroe de acción ochentero?), mal narrada, mal dirigida y en general, salvo dos o tres interpretaciones, peor interpretada por actores desconcertados o atrapados en un registro, esta es una película que una vez termina merece lo contrario de su aspecto solemne y su tono grandilocuente: el más rápido, veloz y claro de los olvidos.
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1 de julio de 2013
26 de junio de 2013
Crítica de “Guerra Mundial Z”. El Esplendor del Género Zombie
En la pequeña pantalla el estilo del Zombie creado por Romero, muertos vivientes lentos pero hambrientos e insaciables, ha visto su punto álgido con la imprescindible serie de TV “The Walking Dead” que ya prepara su cuarta Temporada.
Pero no fue hasta la llegada de “28 Días después” de Danny Boyle cuando los zombies abandonaron la lentitud y torpeza habituales para lanzarse a la carrera desenfrenada capaces de competir con el rey de la velocidad Ussain Bolt, convirtiendo la película de Boyle en una nueva experiencia que acercaba el terror de los Muertos Vivientes a las nuevas generaciones.
Esta estela la siguieron películas como el sobresaliente remake “El Amanecer de los Muertos”, la adaptación del videojuego “Resident Evil” con sus mediocres secuelas, la cómica “Bienvenidos a Zombieland” e incluso la notable saga española “[REC]“.
Este renacido muerto viviente cobra una nueva dimensión con “Guerra Mundial Z”, la película apocalíptica protagonizada por Brad Pitt. Un largometraje que, aunque no llegará a los cines de nuestro país hasta el 2 de agosto, pudimos disfrutar el pasado viernes gracias a un pase especial de Paramount para los medios de comunicación que estuvo presentado por, nada más y nada menos, que el mismísimo marido de Angelina Jolie para sorpresa de todos los presentes en la sala.
En “Guerra Mundial Z” los Zombies además de rápidos y sanguinarios son como la marabunta, acuden en millones arrasando todo a su paso, engullendo personas, vehículos y edificios como un solo ser, todos a uno y de manera imparable, fruto de la velocidad de infección, no más de 12 segundos. Un comportamiento que en la gran pantalla supone además de una innovación en el género, una manera eficaz de aterrorizar al ávido espectador.
En “Guerra Mundial Z” la ausencia de sangre y vísceras se suple con la multitudinaria presencia de miles de millones de estos seres capaces de sobrecoger al más curtido en estas lides. La película bebe de los clásicos del género, tanto como el género se nutre de ella en una simbiosis beneficiosa para ambos.
La cinta, dirigida por Marc Forster y producida y protagonizada por Pitt, se centra en un experto investigador de las Naciones Unidas, Gerry Lane (Brad Pitt), que intentará evitar lo que podría ser el fin de la civilización en una carrera contra el tiempo y el destino.
La destrucción a la que se ve sometida la raza humana le hace recorrer el mundo entero buscando respuestas sobre cómo parar la horrible epidemia que amenaza a toda la humanidad, intentando salvar las vidas de millones de desconocidos así como la de su propia familia.
La película está basada muy ligeramente en el libro del mismo nombre, escrito por Max Brooks, y recalco, muy ligeramente, ya que el libro explora en forma de entrevistas las vivencias de diferentes supervivientes y la película afronta de manera directa la epidemia en si y las vivencias de este inesperado héroe en busca de la clave para salvar a la humanidad.
Esta superproducción de Marc Forster cuenta con un interesante guión de J. Michael Straczynski y Matthew Michael Carnahan, que suple las propias carencias argumentales con ingenio dotando a la película de los sobresaltos y las suficientes dosis de acción para convertir la propuesta en una de las más frenéticas y entretenidas de los últimos años.
La envolvente música de Marco Beltrami no hace sino acelerar la tensión que provocan las secuencias de acción, y acentuar los silencios que anteceden a los efectivos sobresaltos de la cinta. Del 3D poco que añadir, ni estorba, ni destaca, acompaña.
Esta aventura apocalíptica de Brad Pitt cuenta con un inicio tan frenético, con una secuencia de inicio tan espectacular (lo mejor de la película) y con un desarrollo tan entretenido, tan terrorífico y al mismo tiempo tan seductor, que los suspiros de alivio, los aplausos entre los presentes en la sala, se convierten en algo tan habitual como espontáneo cuando nuestro héroe se toma un respiro entre secuencias.
La película emerge inteligente, imaginativa, moldeando a su antojo los cánones del género zombie, quizás creando el subgénero zombie-marabunta que seguro encontrará proximamente nuevas razones para futuras citas con la gran pantalla.
Mi pasión por el género, mi avidez por encontrar y disfrutar de películas de temática zombie superiores a la media me impide ver los defectos de “Guerra Mundial Z”, que los hay, pero sus virtudes son tan maravillosas que ensombrecen cualquier atisbo de crítica negativa por mi parte.
Siéntense y disfruten del blockbuster del verano, Brad Pitt llega para salvar al mundo de la extinción y yo me apunto.
Pero no fue hasta la llegada de “28 Días después” de Danny Boyle cuando los zombies abandonaron la lentitud y torpeza habituales para lanzarse a la carrera desenfrenada capaces de competir con el rey de la velocidad Ussain Bolt, convirtiendo la película de Boyle en una nueva experiencia que acercaba el terror de los Muertos Vivientes a las nuevas generaciones.
Esta estela la siguieron películas como el sobresaliente remake “El Amanecer de los Muertos”, la adaptación del videojuego “Resident Evil” con sus mediocres secuelas, la cómica “Bienvenidos a Zombieland” e incluso la notable saga española “[REC]“.
Este renacido muerto viviente cobra una nueva dimensión con “Guerra Mundial Z”, la película apocalíptica protagonizada por Brad Pitt. Un largometraje que, aunque no llegará a los cines de nuestro país hasta el 2 de agosto, pudimos disfrutar el pasado viernes gracias a un pase especial de Paramount para los medios de comunicación que estuvo presentado por, nada más y nada menos, que el mismísimo marido de Angelina Jolie para sorpresa de todos los presentes en la sala.
En “Guerra Mundial Z” los Zombies además de rápidos y sanguinarios son como la marabunta, acuden en millones arrasando todo a su paso, engullendo personas, vehículos y edificios como un solo ser, todos a uno y de manera imparable, fruto de la velocidad de infección, no más de 12 segundos. Un comportamiento que en la gran pantalla supone además de una innovación en el género, una manera eficaz de aterrorizar al ávido espectador.
En “Guerra Mundial Z” la ausencia de sangre y vísceras se suple con la multitudinaria presencia de miles de millones de estos seres capaces de sobrecoger al más curtido en estas lides. La película bebe de los clásicos del género, tanto como el género se nutre de ella en una simbiosis beneficiosa para ambos.
La cinta, dirigida por Marc Forster y producida y protagonizada por Pitt, se centra en un experto investigador de las Naciones Unidas, Gerry Lane (Brad Pitt), que intentará evitar lo que podría ser el fin de la civilización en una carrera contra el tiempo y el destino.
La destrucción a la que se ve sometida la raza humana le hace recorrer el mundo entero buscando respuestas sobre cómo parar la horrible epidemia que amenaza a toda la humanidad, intentando salvar las vidas de millones de desconocidos así como la de su propia familia.
La película está basada muy ligeramente en el libro del mismo nombre, escrito por Max Brooks, y recalco, muy ligeramente, ya que el libro explora en forma de entrevistas las vivencias de diferentes supervivientes y la película afronta de manera directa la epidemia en si y las vivencias de este inesperado héroe en busca de la clave para salvar a la humanidad.
Esta superproducción de Marc Forster cuenta con un interesante guión de J. Michael Straczynski y Matthew Michael Carnahan, que suple las propias carencias argumentales con ingenio dotando a la película de los sobresaltos y las suficientes dosis de acción para convertir la propuesta en una de las más frenéticas y entretenidas de los últimos años.
La envolvente música de Marco Beltrami no hace sino acelerar la tensión que provocan las secuencias de acción, y acentuar los silencios que anteceden a los efectivos sobresaltos de la cinta. Del 3D poco que añadir, ni estorba, ni destaca, acompaña.
Esta aventura apocalíptica de Brad Pitt cuenta con un inicio tan frenético, con una secuencia de inicio tan espectacular (lo mejor de la película) y con un desarrollo tan entretenido, tan terrorífico y al mismo tiempo tan seductor, que los suspiros de alivio, los aplausos entre los presentes en la sala, se convierten en algo tan habitual como espontáneo cuando nuestro héroe se toma un respiro entre secuencias.
La película emerge inteligente, imaginativa, moldeando a su antojo los cánones del género zombie, quizás creando el subgénero zombie-marabunta que seguro encontrará proximamente nuevas razones para futuras citas con la gran pantalla.
Mi pasión por el género, mi avidez por encontrar y disfrutar de películas de temática zombie superiores a la media me impide ver los defectos de “Guerra Mundial Z”, que los hay, pero sus virtudes son tan maravillosas que ensombrecen cualquier atisbo de crítica negativa por mi parte.
Siéntense y disfruten del blockbuster del verano, Brad Pitt llega para salvar al mundo de la extinción y yo me apunto.
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1 de junio de 2013
The Hangover Part III: sin fiesta ni resaca, pero con muchos otros disparates
Vuelve en su tercera entrega esta mítica manada de lobos que ha protagonizado las fiestas cinematográficas más salvajes que se recuerdan desde que falleciera James Belushi. En un intento por ofrecer algo distinto a lo que vimos en The Hangover y su secuela, Todd Phillips y su equipo nos llevan por nuevos territorios argumentales en The Hangover Part III para culminar su trilogía por todo lo alto. Algo que sin duda resulta muy positivo al no repetir una fórmula que, a pesar de que fuera tan divertida como la primera, ya estaba un tanto gastada en The Hangover Part II, pero que por otro lado tiene alguna que otra contraprestación que muchos tratarán de minimizar.
Si es un gran acierto no repetir por tercera vez ese esquema de la fiesta salvaje de la que no se acuerdan de nada para tratar de encajar las piezas que faltan (y que les faltan) a la mañana siguiente , todavía resulta mucho más estimulante que hayan decidido centrar toda la atención en Alan, sin duda el personaje más divertido y disparatado de todos. Algo que no le hacía falta a Zach Galifianakis para robarles todo el protagonismo de sus compañeros, pero que sin duda aprovecha para coronarse como un cómico sin límites ni prejuicios, pero que permanece siempre dentro de los límites de la coherencia de su personaje. Algo que no consiguen el propio Todd Phillips y Craig Mazin, autores del guión de la película, que pareciera trataran de dotar a los personajes de una dimensión psicológica que quizás no hubieran necesitado, así como nuevos objetivos a un relato que quizás hubiera transcurrido mejor repitiendo su propia fórmula, lo que hubiera sido más coherente si no hubieran querido aprovechar el tirón del títulos de la película haciendo alusión a una resaca que no aparece por ninguna parte y arrasando lo que prometían en la publicidad.
Cierto es que se agradece que el planteamiento varíe con respecto a sus predecesoras, pero de ahí a introducir una excusa argumental que les proporcione un modo de aprender una lección de vida, hay un trecho que ni ellos necesitaban ni su público les había demandado. De hecho, yo creo que la ausencia de prejuicios de los que fueran creadores de los personajes y guionistas únicamente de la primera entrega, Jon Lucas y Scott Moore, contrasta con los de esta tercera parte. Sí, no voy a negar que me lo pasé pipa durante toda la proyección, pero también me dio la impresión de que desaprovechaban algunos personajes y situaciones, que además se presumían los nuevos reclamos de esta fiesta.
El personaje desaprovechado más claro es el que interpreta John Goodman, que hubiéramos pensado que al coincidir con Galifianakis nos iba a proporcionar un enfrentamiento colosal y mucho más divertido. Pero lo único que podemos comprobar es que si alguna vez Goodman pareció un cómico con posibilidades, no era por sus sentido del humor, sino por las cualidades del guión o porque comenzó al lado de la siempre magnífica Rosanne Barr. La situación decepcionante es claramente el momento con Melissa McCarthy, alter ego ideal de Zach Galifianakis que, como él, está totalmente exenta de cualquier prejuicio gestual y dotada de la misma movilidad geométrica. Quizás hubieran requerido de algo más que una piruleta para dar rienda suelta a su desbordante vis cómica que aparece aquí lamentablemente comedida. Un momento, además, que evidencia que quienes sí tienen algún que otro prejuicio son los propios guionistas, que consideran que un gordo sólo le podría gustar a una gorda y viceversa.
Dicho todo esto, The Hangover Part III es una opción más que recomendable para para disfrutar de grandes momentos de diversión. Empieza mejor que termina, pero está llena de aciertos como la incursión en Tijuana, la secuencia del Caesar Palace, los momentos paterno-filiales y viceversa. No está ni el tigre ni el mono, pero hay perros, gallinas, jirafas y Chow. Y, al fin y al cabo, tampoco creo que sea una película a la que nadie le fuera a pedir mucho más.
Si es un gran acierto no repetir por tercera vez ese esquema de la fiesta salvaje de la que no se acuerdan de nada para tratar de encajar las piezas que faltan (y que les faltan) a la mañana siguiente , todavía resulta mucho más estimulante que hayan decidido centrar toda la atención en Alan, sin duda el personaje más divertido y disparatado de todos. Algo que no le hacía falta a Zach Galifianakis para robarles todo el protagonismo de sus compañeros, pero que sin duda aprovecha para coronarse como un cómico sin límites ni prejuicios, pero que permanece siempre dentro de los límites de la coherencia de su personaje. Algo que no consiguen el propio Todd Phillips y Craig Mazin, autores del guión de la película, que pareciera trataran de dotar a los personajes de una dimensión psicológica que quizás no hubieran necesitado, así como nuevos objetivos a un relato que quizás hubiera transcurrido mejor repitiendo su propia fórmula, lo que hubiera sido más coherente si no hubieran querido aprovechar el tirón del títulos de la película haciendo alusión a una resaca que no aparece por ninguna parte y arrasando lo que prometían en la publicidad.
Cierto es que se agradece que el planteamiento varíe con respecto a sus predecesoras, pero de ahí a introducir una excusa argumental que les proporcione un modo de aprender una lección de vida, hay un trecho que ni ellos necesitaban ni su público les había demandado. De hecho, yo creo que la ausencia de prejuicios de los que fueran creadores de los personajes y guionistas únicamente de la primera entrega, Jon Lucas y Scott Moore, contrasta con los de esta tercera parte. Sí, no voy a negar que me lo pasé pipa durante toda la proyección, pero también me dio la impresión de que desaprovechaban algunos personajes y situaciones, que además se presumían los nuevos reclamos de esta fiesta.
El personaje desaprovechado más claro es el que interpreta John Goodman, que hubiéramos pensado que al coincidir con Galifianakis nos iba a proporcionar un enfrentamiento colosal y mucho más divertido. Pero lo único que podemos comprobar es que si alguna vez Goodman pareció un cómico con posibilidades, no era por sus sentido del humor, sino por las cualidades del guión o porque comenzó al lado de la siempre magnífica Rosanne Barr. La situación decepcionante es claramente el momento con Melissa McCarthy, alter ego ideal de Zach Galifianakis que, como él, está totalmente exenta de cualquier prejuicio gestual y dotada de la misma movilidad geométrica. Quizás hubieran requerido de algo más que una piruleta para dar rienda suelta a su desbordante vis cómica que aparece aquí lamentablemente comedida. Un momento, además, que evidencia que quienes sí tienen algún que otro prejuicio son los propios guionistas, que consideran que un gordo sólo le podría gustar a una gorda y viceversa.
Dicho todo esto, The Hangover Part III es una opción más que recomendable para para disfrutar de grandes momentos de diversión. Empieza mejor que termina, pero está llena de aciertos como la incursión en Tijuana, la secuencia del Caesar Palace, los momentos paterno-filiales y viceversa. No está ni el tigre ni el mono, pero hay perros, gallinas, jirafas y Chow. Y, al fin y al cabo, tampoco creo que sea una película a la que nadie le fuera a pedir mucho más.
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14 de marzo de 2013
'Jack el caza gigantes', morralla multimillonaria
Una de las grandes modas que ha surgido en Hollywood en los últimos es la de poner al día cuentos tradicionales para niños. Hace apenas un par de semanas llegaba a España ‘Hansel y Gretel: Cazadores de brujas’ (‘Hansel & Gretel: Witch Hunters’, Tommy Wirkola, 2013) y si nos remontamos un poco en el tiempo encontraremos otros títulos como ‘Blancanieves y la leyenda del cazador’ (‘Snow White and the Huntsman’, Rupert Sanders, 2012), ‘Blancanieves —Mirror, Mirror—’ (Tarsem Singh, 2012) o ‘Caperucita roja —¿A quién tienes miedo?—‘ (‘Red Riding Hood’, Catherine Hardwicke, 2011). Estoy convencido de que, aunque sus raíces se encuentran en una novela de Lewis Carroll –y su adaptación posterior por parte de Walt Disney-, la gran culpable de ello fue ‘Alicia en el país de las maravillas’ (‘Alice in Wonderland’, Tim Burton, 2010) y el billón americano de dólares que logró recaudar.
Personalmente, me hubiera gustado que el camino a seguir fuera el iniciado por la notable ‘Freeway’ (id., Matthew Bright, 1996), donde la acción pasaba a la actualidad con todas sus consecuencias, pero sin por ello alterar las líneas maestras de la historia de Caperucita roja. Por desgracia, no dejó de ser un simple oasis que ni siquiera logró mantener el nivel en una segunda entrega también dirigida y escrita por Matthew Bright apenas tres años después. Se mantenía la idea – aquí el cuento actualizado era ‘Hansel y Gretel’-, pero el resultado rozaba lo catastrófico, poniendo así fin a cualquier posible continuidad. El problema con la moda actual es que la línea imaginaria entre el sano entretenimiento más o menos descerebrado y la posibilidad de ser un simple sacacuartos es bastante fina, siendo bastante más habitual lo segundo, que es precisamente lo que sucede en el caso de ‘Jack el caza gigantes’ (‘Jack The Giant Slayer’, Bryan Singer, 2013).
No hay que remontarse mucho para encontrar la última producción destacada que tomaba prestada la premisa de ‘Las habichuelas mágicas’, ya que era la base no reconocida de la divertida ‘El gato con botas’ (‘Puss in Boots’, Chris Miller, 2011), aunque hay varias adaptaciones más a lo largo de la historia del cine. Bryan Singer lo tenía relativamente sencillo para superarlas a todas —ninguna de ellas es especialmente memorable— pero ha preferido apostar por rodar una aventura impersonal en la que no hay rastro alguno del talento del director que nos maravilló con ‘Sospechosos habituales’ (‘The Usual Suspects’, 1995) y no tuvo problemas en confirmar su capacidad para la puesta en escena con ‘X-Men’ (id., 2000) y su primera secuela.
El primer gran fallo de Singer fue rodar un insustancial reboot de las aventuras de Superman, pero las cosas fueron a peor con su desacertado trabajo en ‘Valkiria’ (‘Valkyrie’, 2008), donde mostraba una alarmante incapacidad para insuflar vida alguna al relato que nos estaba contando. Sin embargo, Singer ha tocado fondo en ‘Jack el caza gigantes’, ya que opta por una puesta en escena completamente impersonal, dejando la sensación de que su único objetivo es rodar en piloto automático un éxito fácil que relanzase su deteriorada carrera. El único momento que merece ser destacado es en el que vemos cómo los dos protagonistas reciben una reprimenda, pero se debe exclusivamente a una acertada utilización del montaje paralelo para incidir en las similitudes entre dos personajes condenados a iniciar el típico —y ya cansino— romance entre princesa y plebeyo.
La insípida historia de amor rara vez consigue provocar empatía alguna con el espectador, pero esto no es más que una de las múltiples deficiencias del guión de Christopher McQuarrie, Darren Lemke y Dan Studney. Cada vez estamos más habituados a los libretos de grandes blockbusters en los que las cosas pasan entre sí, sin explicación satisfactoria alguna que cohesione el conjunto, pero es que aquí no hay pudor alguno en estirar tanto los límites de la ingenuidad que todo se viene abajo con rapidez. Hay varios apuntes —el gigante que no está de acuerdo con los métodos de su líder o el conspirador que quiere hacerse con el control del mundo— que llevan a pensar que su subtexto político va a ofrecer algún tipo de redención a la calamidad que estamos viendo, pero éstos acaban revelándose como meras ocurrencias que no llevan a ninguna parte.
Los hechos se suceden sin ton ni son mientras vemos cómo Singer malgasta —era difícil dejar de verlo en mi mente quemando billetes por la mera diversión de hacerlo— los casi 200 millones de dólares que ha costado ‘Jack el caza gigantes’. El diseño de las criaturas del título aún tienen un pase –hay una diferenciación entre ellos bastante aceptable y no se notan los trucajes visuales- por ridícula que sea la segunda cabeza mongoloide del gigante más duro de todos. El problema es que el resto es una sucesión de desaciertos —el visualmente anticuado prólogo— en la que el derroche en efectos visuales ni siquiera se traduce en belleza paisajística alguna o en una utilización reseñable del 3D, ya que esta cansina tecnología ni siquiera es perceptible durante como mínimo el 99% del metraje.
Mi última esperanza estaba en un reparto que contaba con la presencia de varios intérpretes a los que respeto o incluso admiro —ya he reconocido varias veces mi debilidad por Stanley Tucci—, pero la descripción de sus personajes en el guión es un cáncer tan avanzado que nada pueden hacer para reconducir la situación. De hecho, Ian McShane da bastante pena como rey honrado y comprometido, Ewan McGregor roza lo caricaturesco cuando se supone que está dando vida a un lozano y valiente caballero y Tucci apenas tiene un par de breves momentos en los que lucir su talento, siendo totalmente intrascendente como regla general. La cosa va a peor con los auténticos protagonistas, pues Nicholas Hoult jamás consigue trascender el corte de pelo propio de un paleto pueblerino que luce –tampoco ayuda el nulo carisma que demuestra-, mientras que la poco conocida Eleanor Tomlinson no va más allá de ser una cara bonita que tiene el capricho de vivir una aventura que se les va a todos de las manos.
Nunca me ha gustado calificar como morralla a una película, pero ‘Jack el caza gigantes’ hace demasiados honores —lamentable guión, inexistente trabajo de dirección, olvidables interpretaciones, discretos efectos visuales, etc.— como para no ceder a la tentación de otorgarle ese dudoso honor a esta superproducción con la que ojalá Warner pierda mucho dinero. No es resquemor —en otro tiempo simplemente habría procedido a olvidar su mera existencia—, pero es que muchos ejecutivos eso es lo único que entienden y sólo así llegará el día en el que tengan que replantearse el dejar de hacer blockbusters tan aburridos y sin alma como éste.
Personalmente, me hubiera gustado que el camino a seguir fuera el iniciado por la notable ‘Freeway’ (id., Matthew Bright, 1996), donde la acción pasaba a la actualidad con todas sus consecuencias, pero sin por ello alterar las líneas maestras de la historia de Caperucita roja. Por desgracia, no dejó de ser un simple oasis que ni siquiera logró mantener el nivel en una segunda entrega también dirigida y escrita por Matthew Bright apenas tres años después. Se mantenía la idea – aquí el cuento actualizado era ‘Hansel y Gretel’-, pero el resultado rozaba lo catastrófico, poniendo así fin a cualquier posible continuidad. El problema con la moda actual es que la línea imaginaria entre el sano entretenimiento más o menos descerebrado y la posibilidad de ser un simple sacacuartos es bastante fina, siendo bastante más habitual lo segundo, que es precisamente lo que sucede en el caso de ‘Jack el caza gigantes’ (‘Jack The Giant Slayer’, Bryan Singer, 2013).
No hay que remontarse mucho para encontrar la última producción destacada que tomaba prestada la premisa de ‘Las habichuelas mágicas’, ya que era la base no reconocida de la divertida ‘El gato con botas’ (‘Puss in Boots’, Chris Miller, 2011), aunque hay varias adaptaciones más a lo largo de la historia del cine. Bryan Singer lo tenía relativamente sencillo para superarlas a todas —ninguna de ellas es especialmente memorable— pero ha preferido apostar por rodar una aventura impersonal en la que no hay rastro alguno del talento del director que nos maravilló con ‘Sospechosos habituales’ (‘The Usual Suspects’, 1995) y no tuvo problemas en confirmar su capacidad para la puesta en escena con ‘X-Men’ (id., 2000) y su primera secuela.
El primer gran fallo de Singer fue rodar un insustancial reboot de las aventuras de Superman, pero las cosas fueron a peor con su desacertado trabajo en ‘Valkiria’ (‘Valkyrie’, 2008), donde mostraba una alarmante incapacidad para insuflar vida alguna al relato que nos estaba contando. Sin embargo, Singer ha tocado fondo en ‘Jack el caza gigantes’, ya que opta por una puesta en escena completamente impersonal, dejando la sensación de que su único objetivo es rodar en piloto automático un éxito fácil que relanzase su deteriorada carrera. El único momento que merece ser destacado es en el que vemos cómo los dos protagonistas reciben una reprimenda, pero se debe exclusivamente a una acertada utilización del montaje paralelo para incidir en las similitudes entre dos personajes condenados a iniciar el típico —y ya cansino— romance entre princesa y plebeyo.
La insípida historia de amor rara vez consigue provocar empatía alguna con el espectador, pero esto no es más que una de las múltiples deficiencias del guión de Christopher McQuarrie, Darren Lemke y Dan Studney. Cada vez estamos más habituados a los libretos de grandes blockbusters en los que las cosas pasan entre sí, sin explicación satisfactoria alguna que cohesione el conjunto, pero es que aquí no hay pudor alguno en estirar tanto los límites de la ingenuidad que todo se viene abajo con rapidez. Hay varios apuntes —el gigante que no está de acuerdo con los métodos de su líder o el conspirador que quiere hacerse con el control del mundo— que llevan a pensar que su subtexto político va a ofrecer algún tipo de redención a la calamidad que estamos viendo, pero éstos acaban revelándose como meras ocurrencias que no llevan a ninguna parte.
Los hechos se suceden sin ton ni son mientras vemos cómo Singer malgasta —era difícil dejar de verlo en mi mente quemando billetes por la mera diversión de hacerlo— los casi 200 millones de dólares que ha costado ‘Jack el caza gigantes’. El diseño de las criaturas del título aún tienen un pase –hay una diferenciación entre ellos bastante aceptable y no se notan los trucajes visuales- por ridícula que sea la segunda cabeza mongoloide del gigante más duro de todos. El problema es que el resto es una sucesión de desaciertos —el visualmente anticuado prólogo— en la que el derroche en efectos visuales ni siquiera se traduce en belleza paisajística alguna o en una utilización reseñable del 3D, ya que esta cansina tecnología ni siquiera es perceptible durante como mínimo el 99% del metraje.
Mi última esperanza estaba en un reparto que contaba con la presencia de varios intérpretes a los que respeto o incluso admiro —ya he reconocido varias veces mi debilidad por Stanley Tucci—, pero la descripción de sus personajes en el guión es un cáncer tan avanzado que nada pueden hacer para reconducir la situación. De hecho, Ian McShane da bastante pena como rey honrado y comprometido, Ewan McGregor roza lo caricaturesco cuando se supone que está dando vida a un lozano y valiente caballero y Tucci apenas tiene un par de breves momentos en los que lucir su talento, siendo totalmente intrascendente como regla general. La cosa va a peor con los auténticos protagonistas, pues Nicholas Hoult jamás consigue trascender el corte de pelo propio de un paleto pueblerino que luce –tampoco ayuda el nulo carisma que demuestra-, mientras que la poco conocida Eleanor Tomlinson no va más allá de ser una cara bonita que tiene el capricho de vivir una aventura que se les va a todos de las manos.
Nunca me ha gustado calificar como morralla a una película, pero ‘Jack el caza gigantes’ hace demasiados honores —lamentable guión, inexistente trabajo de dirección, olvidables interpretaciones, discretos efectos visuales, etc.— como para no ceder a la tentación de otorgarle ese dudoso honor a esta superproducción con la que ojalá Warner pierda mucho dinero. No es resquemor —en otro tiempo simplemente habría procedido a olvidar su mera existencia—, pero es que muchos ejecutivos eso es lo único que entienden y sólo así llegará el día en el que tengan que replantearse el dejar de hacer blockbusters tan aburridos y sin alma como éste.
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10 de marzo de 2013
'Oz, un mundo de fantasía', vulgar truco de trilero
Aunque sólo lleve aquí una semana, los debates internos que se han ido generando entre los redactores de este vuestro espacio de cine durante estos últimos siete días me han dejado en no pocas ocasiones patidifuso por su profusión, elocuencia y variedad argumentativa. En uno de ellos, establecido a dos bandas entre Pablo y Mikel, el primero comentaba que “cada vez estoy más en contra de hacer crítica convencional con las grandes producciones destinadas a los niños”. Como quiera que fue un diálogo que se estableció a altas horas de la madrugada del viernes y que yo acababa de llegar del cine después de ver este ‘Oz, un mundo de fantasía‘ (‘Oz, the great and powerful’, Sam Raimi, 2013) con un tremendo dolor de cabeza —más acerca de esto, en breves momentos—, no añadí nada al respecto, reservándome para esta crítica que aquí arranca el abundar sobre una afirmación para la que la cinta de Sam Raimi viene como anillo al dedo.
De un tiempo a esta parte he decidido someter mi natural curiosidad cinematográfica a un duro experimento y, a no ser que sea estrictamente necesario, intento acudir al cine a ver tal o cual producción sabiendo lo mínimo acerca de ella y con la expectación inalterada en uno u otro sentido. En este estado que podríamos definir como “cuasi virginal” he ido observando como la ausencia de toda la información que uno puede encontrar disponible a un clic de una parte, y la de una disposición previa, ya sea negativa o positiva, por la otra, ayudan sobremanera a que el visionado de una película sea algo mucho más cercano —por supuesto, salvando las distancias— a cómo acudíamos al cine a ver el superestreno del mes cuando éramos pequeños.
Así las cosas, ¿qué sabía de ‘Oz’?. Pues poco más que el hecho de que venía dirigida por Raimi, que era una suerte de precuela de la magistral ‘El mago de Oz‘ (‘The wizard of Oz’, Victor Fleming, 1939), que venía protagonizada por James —nuncadeberíahaberpresentadolosOscar— Franco y mi adorada Rachel Weisz y que, horror, era una cinta de “los productores de Alicia”. Aun sabiendo esto, y detestando como detesto la absurda e infumable adaptación que Tim Burton y Disney perpetraban hace tres años, decidí no hacerme ninguna idea preconcebida y acometer esta superproducción sin prejuicio alguno.
Desafortunadamente, y aunque lo intenté con ganas y durante la primera hora de metraje confié una y otra vez en que Raimi sería capaz de arreglar el cenagal en el que se iba hundiendo a cada minuto de proyección, me fue imposible evitar terminar profiriendo sonoros bufidos y ahogados bostezos que eran compartidos no ya por la pareja que me acompañaba a verla —que salió de la sala tanto o más cabreada que un servidor— si no por la parte más cercana a mi butaca de la sesión en la que me encontraba; finalizando, como decía más arriba, con un horrible dolor de cabeza —también compartido— provocado en buena parte por un 3D “incómodo” que se desenfocaba en no pocas ocasiones a la que la cámara hacía un barrido rápido por los coloristas escenarios virtuales creados para la ocasión.
Retomemos ahora el comentario de mi compañero Pablo y arrojemos algo de luz sobre mi opinión acerca de él. Si por crítica convencional entendemos aquella que maneja los valores habituales en los que solemos fijarnos a la hora de sopesar si una cinta “es buena o no”, ya se sabe, dirección, interpretaciones, banda sonora, diseño de producción, fotografía, montaje… entonces tengo que admitir que voy a ser tremendamente convencional en lo que resta de discurso para con esta entrada.
Resulta tremendamente sencillo etiquetar a una producción Disney como infantil y pretender así que no pueda medirse por el mismo rasero que, por ejemplo, la última cinta de Terence Malick. Está claro que un porcentaje altísimo del público que irá a ver la primera nada tiene que ver con el que acudiría a ver la segunda. Pero habrá un sesgo que sí lo haga, y es precisamente para estos para los que entiendo que escribimos estas líneas, para unos lectores que suponemos tienen cierta formación cinematográfica. Y me parece que no recurrir a discretizar lo que funciona o no de cierto tipo de producciones por el mero hecho de pertenecer a un género concreto o ir orientada a un grupo muy específico de público sería limitar de forma drástica la labor del crítico y, por ende, lo que podríamos ofreceros.
No creo que por el mero hecho de ser una cinta de fantasía, la valoración de ‘Oz’ deba quedar exenta de acercarse a lo irregular de la dirección de un Raimi que, conforme pasan los años, va acusando más y más su mal acomodo a las superproducciones, obcecado como sigue en adaptar aquellos tics que ya mostraba en ‘Posesión infernal‘ (‘Evil dead’, 1981) a una cinta con necesidades completamente opuestas —la escena del camino del bosque oscuro es claro ejemplo de lo mucho que sobra aquí—.
Dudo que vuestra opinión hacia nuestro trabajo fuera la misma si, llegado el caso, no pudiéramos sacar a relucir lo inane de la partitura de un Danny Elfman que se limita a repetir los mismos patrones orquestales que ya le hemos oído incontables veces, no encontrando aquí ese motivo con el que sí ha logrado otras veces insuflar vida propia a títulos como ‘Eduardo Manostijeras‘ (‘Edward Scissorhands’, Tim Burton, 1990) o ‘Big fish‘ (id, Tim Burton, 2003). O que, porque son argumentos que una cinta de este género no necesita valorar, nos viéramos obligados a evitar apuntar las pobres interpretaciones de la práctica totalidad del reparto, empezando por un James Franco con cara de alucinado al que le viene grande, muy grande, el papel de Oz —quién sabe lo que Robert Downey Jr, originalmente elegido para este papel, habría hecho con el personaje— y terminando con una Rachel Weisz que está completamente fuera de lugar.
Si algo dejó bien demostrado la trilogía de ‘El señor de los anillos‘, es que la fantasía es un género tan legítimo como cualquier otro y que, aún rodeada de todo el esplendor técnico y todo el despliegue de efectos visuales que se quiera, se puede contar una historia del mismo calado humano que cualquier drama “serio” sin que por ello la hondura y validez del mensaje que se pretende transmitir quede diluido lo más mínimo, siendo susceptible por tanto de una crítica que pondere con parámetros habituales su validez.
Las pretensiones de ‘Oz, un mundo de fantasía’ no van, lamentablemente, en la misma dirección que las cintas de Jackson, y este circo de cinco pistas no pasa de ser un grandilocuente decorado incapaz de ocultar que su base sólo queda articulada por unos endebles mimbres. Unos cimientos que no servirían ni para poner en pie esa feria ambulante que abre un metraje que carece de momentos memorables, que discurre entre la incómoda barrera que separa el homenaje sentido y consciente de la burda copia y que plantea, ahora más que nunca, la imperiosa necesidad de que los grandes estudios decidan de una vez abandonar todas aquellas políticas empresariales que han terminado convirtiendo el sesgo más llamativo de este arte en la recurrencia de ciertas fórmulas “infalibles” destinadas a sacar dinero.
Resulta dolorosamente obvio el hecho de que por mucho que patalee desde este pequeño rincón de la blogosfera nada cambiará mientras este tipo de cine siga consiguiendo taquillajes millonarios, más, a este respecto, quisiera terminar apostillando mis serias dudas acerca de que, aunque ya se haya dicho por ahí que el guión de la secuela ya está en marcha, ‘Oz’ consiga recaudar los 650 millones de dólares que la “harían rentable”. ¿Me equivocaré?
De un tiempo a esta parte he decidido someter mi natural curiosidad cinematográfica a un duro experimento y, a no ser que sea estrictamente necesario, intento acudir al cine a ver tal o cual producción sabiendo lo mínimo acerca de ella y con la expectación inalterada en uno u otro sentido. En este estado que podríamos definir como “cuasi virginal” he ido observando como la ausencia de toda la información que uno puede encontrar disponible a un clic de una parte, y la de una disposición previa, ya sea negativa o positiva, por la otra, ayudan sobremanera a que el visionado de una película sea algo mucho más cercano —por supuesto, salvando las distancias— a cómo acudíamos al cine a ver el superestreno del mes cuando éramos pequeños.
Así las cosas, ¿qué sabía de ‘Oz’?. Pues poco más que el hecho de que venía dirigida por Raimi, que era una suerte de precuela de la magistral ‘El mago de Oz‘ (‘The wizard of Oz’, Victor Fleming, 1939), que venía protagonizada por James —nuncadeberíahaberpresentadolosOscar— Franco y mi adorada Rachel Weisz y que, horror, era una cinta de “los productores de Alicia”. Aun sabiendo esto, y detestando como detesto la absurda e infumable adaptación que Tim Burton y Disney perpetraban hace tres años, decidí no hacerme ninguna idea preconcebida y acometer esta superproducción sin prejuicio alguno.
Desafortunadamente, y aunque lo intenté con ganas y durante la primera hora de metraje confié una y otra vez en que Raimi sería capaz de arreglar el cenagal en el que se iba hundiendo a cada minuto de proyección, me fue imposible evitar terminar profiriendo sonoros bufidos y ahogados bostezos que eran compartidos no ya por la pareja que me acompañaba a verla —que salió de la sala tanto o más cabreada que un servidor— si no por la parte más cercana a mi butaca de la sesión en la que me encontraba; finalizando, como decía más arriba, con un horrible dolor de cabeza —también compartido— provocado en buena parte por un 3D “incómodo” que se desenfocaba en no pocas ocasiones a la que la cámara hacía un barrido rápido por los coloristas escenarios virtuales creados para la ocasión.
Retomemos ahora el comentario de mi compañero Pablo y arrojemos algo de luz sobre mi opinión acerca de él. Si por crítica convencional entendemos aquella que maneja los valores habituales en los que solemos fijarnos a la hora de sopesar si una cinta “es buena o no”, ya se sabe, dirección, interpretaciones, banda sonora, diseño de producción, fotografía, montaje… entonces tengo que admitir que voy a ser tremendamente convencional en lo que resta de discurso para con esta entrada.
Resulta tremendamente sencillo etiquetar a una producción Disney como infantil y pretender así que no pueda medirse por el mismo rasero que, por ejemplo, la última cinta de Terence Malick. Está claro que un porcentaje altísimo del público que irá a ver la primera nada tiene que ver con el que acudiría a ver la segunda. Pero habrá un sesgo que sí lo haga, y es precisamente para estos para los que entiendo que escribimos estas líneas, para unos lectores que suponemos tienen cierta formación cinematográfica. Y me parece que no recurrir a discretizar lo que funciona o no de cierto tipo de producciones por el mero hecho de pertenecer a un género concreto o ir orientada a un grupo muy específico de público sería limitar de forma drástica la labor del crítico y, por ende, lo que podríamos ofreceros.
No creo que por el mero hecho de ser una cinta de fantasía, la valoración de ‘Oz’ deba quedar exenta de acercarse a lo irregular de la dirección de un Raimi que, conforme pasan los años, va acusando más y más su mal acomodo a las superproducciones, obcecado como sigue en adaptar aquellos tics que ya mostraba en ‘Posesión infernal‘ (‘Evil dead’, 1981) a una cinta con necesidades completamente opuestas —la escena del camino del bosque oscuro es claro ejemplo de lo mucho que sobra aquí—.
Dudo que vuestra opinión hacia nuestro trabajo fuera la misma si, llegado el caso, no pudiéramos sacar a relucir lo inane de la partitura de un Danny Elfman que se limita a repetir los mismos patrones orquestales que ya le hemos oído incontables veces, no encontrando aquí ese motivo con el que sí ha logrado otras veces insuflar vida propia a títulos como ‘Eduardo Manostijeras‘ (‘Edward Scissorhands’, Tim Burton, 1990) o ‘Big fish‘ (id, Tim Burton, 2003). O que, porque son argumentos que una cinta de este género no necesita valorar, nos viéramos obligados a evitar apuntar las pobres interpretaciones de la práctica totalidad del reparto, empezando por un James Franco con cara de alucinado al que le viene grande, muy grande, el papel de Oz —quién sabe lo que Robert Downey Jr, originalmente elegido para este papel, habría hecho con el personaje— y terminando con una Rachel Weisz que está completamente fuera de lugar.
Si algo dejó bien demostrado la trilogía de ‘El señor de los anillos‘, es que la fantasía es un género tan legítimo como cualquier otro y que, aún rodeada de todo el esplendor técnico y todo el despliegue de efectos visuales que se quiera, se puede contar una historia del mismo calado humano que cualquier drama “serio” sin que por ello la hondura y validez del mensaje que se pretende transmitir quede diluido lo más mínimo, siendo susceptible por tanto de una crítica que pondere con parámetros habituales su validez.
Las pretensiones de ‘Oz, un mundo de fantasía’ no van, lamentablemente, en la misma dirección que las cintas de Jackson, y este circo de cinco pistas no pasa de ser un grandilocuente decorado incapaz de ocultar que su base sólo queda articulada por unos endebles mimbres. Unos cimientos que no servirían ni para poner en pie esa feria ambulante que abre un metraje que carece de momentos memorables, que discurre entre la incómoda barrera que separa el homenaje sentido y consciente de la burda copia y que plantea, ahora más que nunca, la imperiosa necesidad de que los grandes estudios decidan de una vez abandonar todas aquellas políticas empresariales que han terminado convirtiendo el sesgo más llamativo de este arte en la recurrencia de ciertas fórmulas “infalibles” destinadas a sacar dinero.
Resulta dolorosamente obvio el hecho de que por mucho que patalee desde este pequeño rincón de la blogosfera nada cambiará mientras este tipo de cine siga consiguiendo taquillajes millonarios, más, a este respecto, quisiera terminar apostillando mis serias dudas acerca de que, aunque ya se haya dicho por ahí que el guión de la secuela ya está en marcha, ‘Oz’ consiga recaudar los 650 millones de dólares que la “harían rentable”. ¿Me equivocaré?
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18 de enero de 2013
'Django desencadenado', los excesos de Tarantino
Quentin Tarantino es un director que levanta pasiones, tanto para bien como para mal. Es cierto que son mucho más ruidosos los seguidores acérrimos que defienden prácticamente todo lo que haga, pero sus detractores también aprovechan cualquier ocasión para hacerse oír. Como en – casi- todo, la posición intermedia es la más cercana a la realidad, ya que Tarantino comenzó su carrera de forma fulgurante, pero el siglo XXI ha estado asociado a una notable irregularidad por su parte, capaz de lo mejor y lo peor incluso dentro de una misma obra, por lo que el escepticismo se ha convertido en algo imprescindible cuando estrena una nueva película. Esta política personal ha sido clave para poder disfrutar de ‘Django desencadenado’ (‘Django Unchained’, 2012) pese a sus evidentes limitaciones.
Al igual que el nazismo en ‘Malditos bastardos’ (‘Inglorious Basterds’, 2009), la esclavitud es un aspecto incidental en ‘Django desencadenado’, algo de esperar ya que hay varios paralelismos entre ambas películas, en las que se rehúye la posibilidad de convertirse en un cronista histórico como ha hecho Paul Thomas Anderson en sus dos últimas películas, pues las inquietudes de Tarantino están muy lejos de eso. Esto punto posibilita que ambas rocen lo magistral en su secuencia inicial – aunque conviene destacar el agradable homenaje directo a ‘Django’ (Sergio Corbucci, 1966) durante los créditos iniciales-, siendo la presencia de un inmenso Christoph Waltz básica para conseguirlo, pero aquí echando de mano de un maravillosa socarronería que contrasta con la sutil vileza que le permitió llevarse un Oscar para casa. La diferencia básica es que Tarantino ya perfila aquí el peculiar tono que luego llevará al extremo con desigual fortuna.
Era obvio que esperar un western dentro de cualquiera de sus formas – el spaghetti italiano en este caso- en el sentido tradicional de la palabra de Quentin Tarantino es perfectamente equiparable a tener fe en que se pongan a llover billetes de 500 euros, ya que la inmersión en el género se limita a utilizar a su manera los molestos zooms característicos del cine italiano de los años 60 y 70, una lacra en al menos el 99% de los casos, pero que aquí no llegan a molestar. Y es que ‘Django desencadenado’ es una película de Tarantino que adopta los modos del género para pervertirlos del mismo modo que lo hizo con las cintas bélicas en ‘Malditos bastardos’. ¿Tiene eso algo de malo? Para nada salvo que seas un purista que reniega de los cambios, pero éstos no son siempre para bien.
Es un tanto injusto señalar directamente a Jamie Foxx, pero el mayor problema de la película es que confía demasiado en la efectividad de su reparto cuando Django tiene muy poco gancho. ¿Por qué lo de que es injusto culpar a Foxx? Pues porque no es que haga una mala interpretación ni nada por el estilo, pero sí que sorprende que la misma persona dos secundarios carismáticos y que iluminan la pantalla con su mera presencia tuviese tan poco tino para conseguir cualquier implicación emocional del espectador con la venganza personal de un protagonista que sólo produce indiferencia. Cierto que le reserva alguna frase cortante y las necesidades argumentales le fuerzan a tener que fingir ser quien no es – aunque Samuel L. Jackson se lo come con patatas en esa vertiente odiosa-, siendo entonces cuando resulta más atractivo, pero su cruzada personal para recuperar a su esposa le da absolutamente igual al espectador. De hecho, el déspota y caricaturesco dueño de ella tiene mucho más interés, y no es únicamente por la presencia de un estupendo Leonardo DiCaprio que se lo pasa en grande dando vida a Calvin Candie.
La violencia es un factor clave en ‘Django desencadenado’, ya que hay muchos más homicidios que en un slasher al uso, pero no deja de ser un adorno muy llamativo en la odisea de Django para recuperar a su mujer. Eso no quiere decir que Tarantino no tenga tiempo para justificarla – el primer asesinato por encargo del protagonista-, regodearse en ella – el abundante uso del gore- o estilizarla – el uso de la cámara lenta durante el gran tiroteo-, pero también la muestra en su forma más cruda – la pelea de mandingos que sirve para introducir en la acción a DiCaprio-, ya que su principal interés no es ser un elemento llamativo para conectar con cierto tipo de público, sino una forma de dificultar la tarea del protagonista.
Lo que falla es la propia estructura de la película, donde Tarantino da rienda suelta a sus excesos, siendo incapaz de contener el excesivo metraje de ‘Django desencadenado’. Son tres las partes en las que se podría dividir la película: El adiestramiento de Django, la infiltración en la plantación de Candie y el despiporre final para ver si la historia tendrá un final feliz o no. No tengo grandes pegas con las dos primeras, ya que los personajes y las actuaciones de Waltz y DiCaprio te mantienen tan enganchado y destellos ocasionales de ingenio por parte de Tarantino – la discusión entre los miembros del Ku Kux Klan, la primera aparición de Samuel L. Jackson o la inclusión por primera vez de temas musicales realizados ex profeso para la película- que uno pasa totalmente por alto el irregular ritmo con el que se desarrolla la acción. Lo más curioso es que es al apostar por el completo desenfreno en sus últimos 40 minutos – con cameo del propio director- cuando el interés decae y uno es más consciente de las limitaciones de la propuesta: Redundante, alargada y excesivamente dependiente del encanto de factores ajenos a su insulsa trama central.
Ya en ‘Malditos bastardos’ había desigualdades evidentes, pero la brillantez de varias secuencias y el buen trabajo de su reparto la convertían en un gran divertimento, misma categoría en la que hay que situar a un ‘Django desencadenado’ que está al menos un escalón por debajo del anterior trabajo de Tarantino por su escaso tino a la hora de construir un trama central que enganche al espectador. Con todo, un disfrutable entretenimiento ni que sea por la mera presencia de Christoph Waltz y Leonardo DiCaprio.
Al igual que el nazismo en ‘Malditos bastardos’ (‘Inglorious Basterds’, 2009), la esclavitud es un aspecto incidental en ‘Django desencadenado’, algo de esperar ya que hay varios paralelismos entre ambas películas, en las que se rehúye la posibilidad de convertirse en un cronista histórico como ha hecho Paul Thomas Anderson en sus dos últimas películas, pues las inquietudes de Tarantino están muy lejos de eso. Esto punto posibilita que ambas rocen lo magistral en su secuencia inicial – aunque conviene destacar el agradable homenaje directo a ‘Django’ (Sergio Corbucci, 1966) durante los créditos iniciales-, siendo la presencia de un inmenso Christoph Waltz básica para conseguirlo, pero aquí echando de mano de un maravillosa socarronería que contrasta con la sutil vileza que le permitió llevarse un Oscar para casa. La diferencia básica es que Tarantino ya perfila aquí el peculiar tono que luego llevará al extremo con desigual fortuna.
Era obvio que esperar un western dentro de cualquiera de sus formas – el spaghetti italiano en este caso- en el sentido tradicional de la palabra de Quentin Tarantino es perfectamente equiparable a tener fe en que se pongan a llover billetes de 500 euros, ya que la inmersión en el género se limita a utilizar a su manera los molestos zooms característicos del cine italiano de los años 60 y 70, una lacra en al menos el 99% de los casos, pero que aquí no llegan a molestar. Y es que ‘Django desencadenado’ es una película de Tarantino que adopta los modos del género para pervertirlos del mismo modo que lo hizo con las cintas bélicas en ‘Malditos bastardos’. ¿Tiene eso algo de malo? Para nada salvo que seas un purista que reniega de los cambios, pero éstos no son siempre para bien.
Es un tanto injusto señalar directamente a Jamie Foxx, pero el mayor problema de la película es que confía demasiado en la efectividad de su reparto cuando Django tiene muy poco gancho. ¿Por qué lo de que es injusto culpar a Foxx? Pues porque no es que haga una mala interpretación ni nada por el estilo, pero sí que sorprende que la misma persona dos secundarios carismáticos y que iluminan la pantalla con su mera presencia tuviese tan poco tino para conseguir cualquier implicación emocional del espectador con la venganza personal de un protagonista que sólo produce indiferencia. Cierto que le reserva alguna frase cortante y las necesidades argumentales le fuerzan a tener que fingir ser quien no es – aunque Samuel L. Jackson se lo come con patatas en esa vertiente odiosa-, siendo entonces cuando resulta más atractivo, pero su cruzada personal para recuperar a su esposa le da absolutamente igual al espectador. De hecho, el déspota y caricaturesco dueño de ella tiene mucho más interés, y no es únicamente por la presencia de un estupendo Leonardo DiCaprio que se lo pasa en grande dando vida a Calvin Candie.
La violencia es un factor clave en ‘Django desencadenado’, ya que hay muchos más homicidios que en un slasher al uso, pero no deja de ser un adorno muy llamativo en la odisea de Django para recuperar a su mujer. Eso no quiere decir que Tarantino no tenga tiempo para justificarla – el primer asesinato por encargo del protagonista-, regodearse en ella – el abundante uso del gore- o estilizarla – el uso de la cámara lenta durante el gran tiroteo-, pero también la muestra en su forma más cruda – la pelea de mandingos que sirve para introducir en la acción a DiCaprio-, ya que su principal interés no es ser un elemento llamativo para conectar con cierto tipo de público, sino una forma de dificultar la tarea del protagonista.
Lo que falla es la propia estructura de la película, donde Tarantino da rienda suelta a sus excesos, siendo incapaz de contener el excesivo metraje de ‘Django desencadenado’. Son tres las partes en las que se podría dividir la película: El adiestramiento de Django, la infiltración en la plantación de Candie y el despiporre final para ver si la historia tendrá un final feliz o no. No tengo grandes pegas con las dos primeras, ya que los personajes y las actuaciones de Waltz y DiCaprio te mantienen tan enganchado y destellos ocasionales de ingenio por parte de Tarantino – la discusión entre los miembros del Ku Kux Klan, la primera aparición de Samuel L. Jackson o la inclusión por primera vez de temas musicales realizados ex profeso para la película- que uno pasa totalmente por alto el irregular ritmo con el que se desarrolla la acción. Lo más curioso es que es al apostar por el completo desenfreno en sus últimos 40 minutos – con cameo del propio director- cuando el interés decae y uno es más consciente de las limitaciones de la propuesta: Redundante, alargada y excesivamente dependiente del encanto de factores ajenos a su insulsa trama central.
Ya en ‘Malditos bastardos’ había desigualdades evidentes, pero la brillantez de varias secuencias y el buen trabajo de su reparto la convertían en un gran divertimento, misma categoría en la que hay que situar a un ‘Django desencadenado’ que está al menos un escalón por debajo del anterior trabajo de Tarantino por su escaso tino a la hora de construir un trama central que enganche al espectador. Con todo, un disfrutable entretenimiento ni que sea por la mera presencia de Christoph Waltz y Leonardo DiCaprio.
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12 de octubre de 2012
Critica: 'Resident Evil: Venganza', rutina zombie
‘Resident Evil: Venganza‘ (Resident Evil: Retribution, Paul W.S. Anderson ,2012), la quinta entrega de la franquicia que la famosa saga de videojuegos. Dejando a un lado la discusión sobre si son zombies o infectados, estamos ante una serie de películas que nunca se ha caracterizado por ofrecer cintas
con particular interés, siendo un tanto iluso el esperar que con
‘Resident Evil: Venganza’ fueran a dar un giro de timón tan grande como
para ofrecernos algo al nivel de joyas como ‘La Noche de los Muertos
Vivientes‘ (Night of the Living Dead,
George A. Romero, 1968) o grandes entretenimientos como ‘Amanecer de
los Muertos‘ (Dawn of the Dead, Zack Snyder, 2004). Ya os avanzo que no
lo han hecho.
Lo mismo de siempre
Hablar de rutina a la hora de comentar ‘Resident Evil: Venganza’ es tan obligado que a la gran mayoría os podría sonar como algo innecesario. Y lo peor de todo es que la película empieza de una forma inusual que invita a mantener cierto optimismo sobre lo que está por venir: Una gran pantalla a bordo de un barco contada a cámara lenta y con la acción avanzando hacia atrás en el tiempo. De esta forma, se consigue mayor atención al detalle, se nos introduce en una historia en la que reaparecen varios actores que formaron parte del reparto de alguna otra entrega de la saga y, sobre todo, se atrapa la atención del espectador.
El problema es que eso sólo dura un par de minutos, ya que pronto hay que recrear la escena siguiendo los cánones habituales de espectacularidad y ruidosidad usadas habitualmente para tapar lagunas de guión. Acto seguido se introduce la primera (y única) gran novedad de jugar con el espectador y la idea de la credibilidad de la propia saga, pero eso es algo que pronto queda desterrado en beneficio del habitual correcalles con zombies de fondo, los cuales sólo consiguen dotar de cierto interés a la propuesta cuando se desvía de los ‘zombies masilla’ para dejar paso a monstruosas creaciones, estimulantes en lo visual, acertadas en lo espectacular, pero algo decepcionante por no tener el suficiente peso en la trama.
Mucho ruido y pocas nueces
No voy a negar que ‘Resident Evil: Venganza’ presenta una relativa evolución argumental en lo referente al enfrentamiento de su protagonista con la corporación Umbrella, pero impera lo tramposo a la hora de establecerlas. La primera es forzar la alianza de Alice con el gran villano de la anterior entrega, por lo que tranquilamente podrían salirnos más adelante con que Umbrella no es más que una pieza en el entramado de una conspiración aún mayor y alargarlo todo hasta el infinito y más allá. La segunda es que es la única forma que tienen de justificar la aparición de antiguos personajes a los que yo ya daba por perdidos para siempre, pero sin darles el más mínimo desarrollo argumental. Son peones a las órdenes de Umbrella por motivos que no desvelaré y eso es todo lo que van a hacer.
También resulta un tanto molesta la insistencia de Paul W. S. Anderson en mostrar de forma reiterada a la reina roja cada vez que hay que incluir una nueva amenaza para Alice y su equipo, ya que así se crea una sensación de repetición y esquematismo que acaba agotando al espectador. La cosa es que la malvada lanza unos zombies (u otra cosa) contra ellos, consiguieron vencerlos, avanzan un poco más y la reina roja lanza más zombies para acabar con ellos. Este punto se repite durante gran parte del metraje, siendo sólo maquillado parcialmente por el hecho de que estamos ante la cinta con mayor presupuesto de la franquicia, algo que se nota a la hora de que no haya cosas raras a la vista cuando una secuencia es saturada mediante el uso de cuantos más efectos especiales, mejor. Y sí, seguramente estemos ante la más espectacular de la saga, pero también ante seguramente el segundo guión más discreto de todos, algo que Anderson ya ha demostrado que rara vez logra mejorar a través de su trabajo de puesta en escena.
Sí me gustaría señalar que la saga Resident Evil está jugando un papel destacable a la hora de reivindicar a la mujer como heroína de acción, algo que no es ni mucho menos nuevo, pero que rara vez ha tenido una continuidad real más allá del peso que James Cameron prestó a ello en algunos de sus títulos más celebrados. No creo que nadie se atreva a poner en duda a Milla Jovovich como tía dura capaz de repartir estopa a cualquiera que se le ponga por delante siendo capaz de mostrar cierto expresividad emocional al mismo tiempo, pero también Sienna Guillory, Michelle Rodriguez y Bingbing Li reafirman sus credenciales en este aspecto. El problema es que Jill Valentine (Guillory) es el personaje más plano de todos (culpa del casi desastroso guión), molestando especialmente la lamentable forma que tienen de cerrar su arco argumental, mientras que el de la segunda es casi igual de insulso, con el añadido de que es incapaz de aportar nada relevante cuando puede mostrar otra cara. Por su parte, Li es la más efectiva de las tres, pero pierde demasiado protagonismo tras su impactante primera aparición, acabando totalmente desdibujada hacia el final. ¿Los hombres? Mero relleno para dar y recibir hostias, disparos o mordiscos zombies, pero siempre por debajo de las mujeres, que son las que parten la pana aquí.
En definitiva, ‘Resident Evil: Venganza’ es más de lo mismo, y ni tan siquiera llegar a estar dentro de las “mejores” entregas de la franquicia. Alguna escena suelta interesante (las de los monstruos zombie más ambiciosos), un cliffhanger correcto que delimita que la saga debería acabar en su sexta entrega y, sobre todo, la mayor credibilidad de la ambientación (anteriormente siempre había alguna situación en la que los efectos especiales cantaban demasiado) juegan en su favor, pero la estupidez de su guión, el discreto trabajo de Anderson tras las cámaras y el muy mejorable regreso de algunos rostros conocidos de la franquicia acaban pesando demasiado. Al final lo que queda es un entretenimiento de perfil muy bajo sólo recomendable para los fanáticos de la saga, dentro de la cual ocupa un puesto intermedio a la hora de determinar cuál es la mejor (la tercera) y cuál la peor (la segunda) de todas, aunque en ningún caso estemos ante películas que vayan más allá de lo pasable.
Lo mismo de siempre
Hablar de rutina a la hora de comentar ‘Resident Evil: Venganza’ es tan obligado que a la gran mayoría os podría sonar como algo innecesario. Y lo peor de todo es que la película empieza de una forma inusual que invita a mantener cierto optimismo sobre lo que está por venir: Una gran pantalla a bordo de un barco contada a cámara lenta y con la acción avanzando hacia atrás en el tiempo. De esta forma, se consigue mayor atención al detalle, se nos introduce en una historia en la que reaparecen varios actores que formaron parte del reparto de alguna otra entrega de la saga y, sobre todo, se atrapa la atención del espectador.
El problema es que eso sólo dura un par de minutos, ya que pronto hay que recrear la escena siguiendo los cánones habituales de espectacularidad y ruidosidad usadas habitualmente para tapar lagunas de guión. Acto seguido se introduce la primera (y única) gran novedad de jugar con el espectador y la idea de la credibilidad de la propia saga, pero eso es algo que pronto queda desterrado en beneficio del habitual correcalles con zombies de fondo, los cuales sólo consiguen dotar de cierto interés a la propuesta cuando se desvía de los ‘zombies masilla’ para dejar paso a monstruosas creaciones, estimulantes en lo visual, acertadas en lo espectacular, pero algo decepcionante por no tener el suficiente peso en la trama.
Mucho ruido y pocas nueces
No voy a negar que ‘Resident Evil: Venganza’ presenta una relativa evolución argumental en lo referente al enfrentamiento de su protagonista con la corporación Umbrella, pero impera lo tramposo a la hora de establecerlas. La primera es forzar la alianza de Alice con el gran villano de la anterior entrega, por lo que tranquilamente podrían salirnos más adelante con que Umbrella no es más que una pieza en el entramado de una conspiración aún mayor y alargarlo todo hasta el infinito y más allá. La segunda es que es la única forma que tienen de justificar la aparición de antiguos personajes a los que yo ya daba por perdidos para siempre, pero sin darles el más mínimo desarrollo argumental. Son peones a las órdenes de Umbrella por motivos que no desvelaré y eso es todo lo que van a hacer.
También resulta un tanto molesta la insistencia de Paul W. S. Anderson en mostrar de forma reiterada a la reina roja cada vez que hay que incluir una nueva amenaza para Alice y su equipo, ya que así se crea una sensación de repetición y esquematismo que acaba agotando al espectador. La cosa es que la malvada lanza unos zombies (u otra cosa) contra ellos, consiguieron vencerlos, avanzan un poco más y la reina roja lanza más zombies para acabar con ellos. Este punto se repite durante gran parte del metraje, siendo sólo maquillado parcialmente por el hecho de que estamos ante la cinta con mayor presupuesto de la franquicia, algo que se nota a la hora de que no haya cosas raras a la vista cuando una secuencia es saturada mediante el uso de cuantos más efectos especiales, mejor. Y sí, seguramente estemos ante la más espectacular de la saga, pero también ante seguramente el segundo guión más discreto de todos, algo que Anderson ya ha demostrado que rara vez logra mejorar a través de su trabajo de puesta en escena.
Sí me gustaría señalar que la saga Resident Evil está jugando un papel destacable a la hora de reivindicar a la mujer como heroína de acción, algo que no es ni mucho menos nuevo, pero que rara vez ha tenido una continuidad real más allá del peso que James Cameron prestó a ello en algunos de sus títulos más celebrados. No creo que nadie se atreva a poner en duda a Milla Jovovich como tía dura capaz de repartir estopa a cualquiera que se le ponga por delante siendo capaz de mostrar cierto expresividad emocional al mismo tiempo, pero también Sienna Guillory, Michelle Rodriguez y Bingbing Li reafirman sus credenciales en este aspecto. El problema es que Jill Valentine (Guillory) es el personaje más plano de todos (culpa del casi desastroso guión), molestando especialmente la lamentable forma que tienen de cerrar su arco argumental, mientras que el de la segunda es casi igual de insulso, con el añadido de que es incapaz de aportar nada relevante cuando puede mostrar otra cara. Por su parte, Li es la más efectiva de las tres, pero pierde demasiado protagonismo tras su impactante primera aparición, acabando totalmente desdibujada hacia el final. ¿Los hombres? Mero relleno para dar y recibir hostias, disparos o mordiscos zombies, pero siempre por debajo de las mujeres, que son las que parten la pana aquí.
En definitiva, ‘Resident Evil: Venganza’ es más de lo mismo, y ni tan siquiera llegar a estar dentro de las “mejores” entregas de la franquicia. Alguna escena suelta interesante (las de los monstruos zombie más ambiciosos), un cliffhanger correcto que delimita que la saga debería acabar en su sexta entrega y, sobre todo, la mayor credibilidad de la ambientación (anteriormente siempre había alguna situación en la que los efectos especiales cantaban demasiado) juegan en su favor, pero la estupidez de su guión, el discreto trabajo de Anderson tras las cámaras y el muy mejorable regreso de algunos rostros conocidos de la franquicia acaban pesando demasiado. Al final lo que queda es un entretenimiento de perfil muy bajo sólo recomendable para los fanáticos de la saga, dentro de la cual ocupa un puesto intermedio a la hora de determinar cuál es la mejor (la tercera) y cuál la peor (la segunda) de todas, aunque en ningún caso estemos ante películas que vayan más allá de lo pasable.
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1 de septiembre de 2012
Jennifer Lawrence asusta en "Casa al Final de la calle"
La hermosa Jennifer Lawrence está asustando a los fans en su más reciente película "The House at the End of the Street".
La producción de Relativity Media lanzó su primer clip con la actriz de 22 años de edad sola en su casa cuando oye un ruido espantoso en la puerta. Curioseando por descubrir su origen, la estrella se apresura a investigar, lo que resulta en una sorpresa.
"La Casa al Final de la Calle" fue dirigida por Mark Tonderai y también está protagonizada por Max Thieriot, Gil Bellows y la actriz nominada al Premio de la Academia, Elisabeth Shue.
Está prevista que llegue a la pantalla grande el 21 de septiembre, justo a tiempo para la temporada de Halloween. ¡Vea el video clip aterrador abajo!
La producción de Relativity Media lanzó su primer clip con la actriz de 22 años de edad sola en su casa cuando oye un ruido espantoso en la puerta. Curioseando por descubrir su origen, la estrella se apresura a investigar, lo que resulta en una sorpresa.
"La Casa al Final de la Calle" fue dirigida por Mark Tonderai y también está protagonizada por Max Thieriot, Gil Bellows y la actriz nominada al Premio de la Academia, Elisabeth Shue.
Está prevista que llegue a la pantalla grande el 21 de septiembre, justo a tiempo para la temporada de Halloween. ¡Vea el video clip aterrador abajo!
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28 de agosto de 2012
‘Los mercenarios 2’
“Así les vencerás, Butch. No paran de subestimarte”, se decía a sí mismo el boxeador de ‘Pulp fiction’. Me gusta imaginar que casi dos décadas después, el actor que interpretaba a aquel boxeador, Bruce Willis, tal vez le dijera algo parecido a Sylvester Stallone durante el rodaje de ‘Los mercenarios 2’: “No dejan de subestimarte, ¿verdad, Sly? Y sin embargo, aquí estás”.
Y es que durante décadas hemos tenido que aguantar a una legión de listos que consideran que Stallone es medio tonto. ¿Qué se puede argumentar para convencer a alguien que, pese a la evidencia, sigue pensando de esa manera? Nada de nada: no se puede luchar contra los prejuicios, así que mejor no perder el tiempo y dejarlo correr.
Tras las dignísimas últimas (por el momento) entregas de las sagas de Rambo y Rocky (ambas escritas y dirigidas por él), el cineasta se embarcó en un proyecto que inmediatamente se ganó las simpatías de mucha gente (y desde luego las mías): reunir una especie de dream-team del género de acción de los tiempos del VHS en un proyecto llamado ‘Los mercenarios’. En aquella ocasión contó con Dolph Lundgren, Mickey Rourke, Bruce Willis, Arnold Schwarzenneger y Eric Roberts, a quienes se unieron los más “contemporáneos” Jet Li, Jason Statham, Randy Couture o Gary Daniels, para ofrecernos un divertimento puro y duro al estilo de los ochenta.
Animados por el éxito del experimento, pronto se anunció una segunda entrega que prometía perfeccionar aún más el concepto. Y así ha sido, sin ninguna duda. Es cierto que por el camino se ha quedado Rourke (al parecer no muy satisfecho con el pequeño papel con el que contaba en esta ocasión), pero la alineación se ha visto reforzada de forma espectacular con el fichaje de dos auténticos dioses del videoclub como son Jean-Claude Van Damme y Chuck Norris, amén de que tanto Arnie como Willis han visto incrementada su presencia en pantalla.
En esta ocasión, Stallone ha cedido la dirección a Simon West, un profesional del cine de evasión muy experimentado que nos ha ofrecido una película, superior a su predecesora, y que en cuanto a divertimento le da sopa con honda, por ejemplo, al último Bourne. Y es que “Los mercenarios 2” es un título de ritmo frenético que explota desde el minuto uno y que no para hasta el final, una película de acción sin más (ni menos) que alcanza una altísima nota en lo referente a satisfacer las expectativas que un título así puede despertar. Es cierto que le sobran chistes malos, que los diálogos son (muy) mejorables, y que en ocasiones la narración avanza con cierta brusquedad, pero el despliegue de peleas, disparos, explosiones, de acción en definitiva, resulta tan trepidante que dichos pecados no pueden considerarse sino veniales. En definitiva, estamos ante un producto orientado a la diversión más primaria, absolutamente recomendable a todos los aficionados al género.
Además de las virtudes que la película en sí pueda tener, particularmente disfruto de esa imagen de reunión de grupo de amigos que transmiten estos actores que, a estas alturas, poco tienen ya que demostrar. Da la impresión de que los años, y también los respectivos fracasos, han domado algunos egos hasta el punto de permitirles disfrutar del hecho de ser secundarios, de compartir cartel y pantalla con quienes antaño fueron sus competidores.
A quienes crecimos con ellos, nos gusta verles juntos, por eso uno no puede por menos que alegrarse de que, tras el exitoso estreno de esa segunda entrega, ya se anuncie que se rodará una tercera. Y ya se barajan nombres. Se comenta, por ejemplo, que Nicolas Cage ya está en el bote, y que se está negociando con actores como Harrison Ford, Clint Eastwood, o Wesley Snipes, sin olvidar a ese otro nombre del que se ha hablado poco, pero que debería tener un lugar asegurado en futuras secuelas: Steven Seagal. Ese hervidero de rumores que es internet bulle con quinielas de todo tipo, la mayoría de ellas carentes de fundamento, pero que hacen intuir dos cosas: que ‘Los mercenarios’ es un lugar en el que la mayoría quiere estar, y que nos encontramos ante una franquicia puede tener un larguísimo recorrido.
Personalmente deseo que sea así. Quiero que estos “prescindibles” (en el título original ‘Expendables’) se conviertan en imprescindibles en las pantallas, y que tengan una carrera tan larga como la de James Bond. Si el agente británico es el aristócrata de la acción, la pandilla de Stallone son los obreros. Frente al Martini, el smoking y el Aston Martin, quiero la cerveza a morro, las Harleys y los complementos adornados con calaveras.
Quiero verles repartiendo estopa durante lustros, con una alineación que, al igual que el rostro de Bond, se vaya actualizando cuando sea necesario, congregando a nuevos rostros del género de acción en algo así como un “all star” del mamporro.
Como los antiguos alumnos de la Facultad del puñetazo celebrando cada par de años una gozosa reunión a la que nosotros estaremos encantados de asistir.
Y es que durante décadas hemos tenido que aguantar a una legión de listos que consideran que Stallone es medio tonto. ¿Qué se puede argumentar para convencer a alguien que, pese a la evidencia, sigue pensando de esa manera? Nada de nada: no se puede luchar contra los prejuicios, así que mejor no perder el tiempo y dejarlo correr.
Tras las dignísimas últimas (por el momento) entregas de las sagas de Rambo y Rocky (ambas escritas y dirigidas por él), el cineasta se embarcó en un proyecto que inmediatamente se ganó las simpatías de mucha gente (y desde luego las mías): reunir una especie de dream-team del género de acción de los tiempos del VHS en un proyecto llamado ‘Los mercenarios’. En aquella ocasión contó con Dolph Lundgren, Mickey Rourke, Bruce Willis, Arnold Schwarzenneger y Eric Roberts, a quienes se unieron los más “contemporáneos” Jet Li, Jason Statham, Randy Couture o Gary Daniels, para ofrecernos un divertimento puro y duro al estilo de los ochenta.
Animados por el éxito del experimento, pronto se anunció una segunda entrega que prometía perfeccionar aún más el concepto. Y así ha sido, sin ninguna duda. Es cierto que por el camino se ha quedado Rourke (al parecer no muy satisfecho con el pequeño papel con el que contaba en esta ocasión), pero la alineación se ha visto reforzada de forma espectacular con el fichaje de dos auténticos dioses del videoclub como son Jean-Claude Van Damme y Chuck Norris, amén de que tanto Arnie como Willis han visto incrementada su presencia en pantalla.
En esta ocasión, Stallone ha cedido la dirección a Simon West, un profesional del cine de evasión muy experimentado que nos ha ofrecido una película, superior a su predecesora, y que en cuanto a divertimento le da sopa con honda, por ejemplo, al último Bourne. Y es que “Los mercenarios 2” es un título de ritmo frenético que explota desde el minuto uno y que no para hasta el final, una película de acción sin más (ni menos) que alcanza una altísima nota en lo referente a satisfacer las expectativas que un título así puede despertar. Es cierto que le sobran chistes malos, que los diálogos son (muy) mejorables, y que en ocasiones la narración avanza con cierta brusquedad, pero el despliegue de peleas, disparos, explosiones, de acción en definitiva, resulta tan trepidante que dichos pecados no pueden considerarse sino veniales. En definitiva, estamos ante un producto orientado a la diversión más primaria, absolutamente recomendable a todos los aficionados al género.
Además de las virtudes que la película en sí pueda tener, particularmente disfruto de esa imagen de reunión de grupo de amigos que transmiten estos actores que, a estas alturas, poco tienen ya que demostrar. Da la impresión de que los años, y también los respectivos fracasos, han domado algunos egos hasta el punto de permitirles disfrutar del hecho de ser secundarios, de compartir cartel y pantalla con quienes antaño fueron sus competidores.
A quienes crecimos con ellos, nos gusta verles juntos, por eso uno no puede por menos que alegrarse de que, tras el exitoso estreno de esa segunda entrega, ya se anuncie que se rodará una tercera. Y ya se barajan nombres. Se comenta, por ejemplo, que Nicolas Cage ya está en el bote, y que se está negociando con actores como Harrison Ford, Clint Eastwood, o Wesley Snipes, sin olvidar a ese otro nombre del que se ha hablado poco, pero que debería tener un lugar asegurado en futuras secuelas: Steven Seagal. Ese hervidero de rumores que es internet bulle con quinielas de todo tipo, la mayoría de ellas carentes de fundamento, pero que hacen intuir dos cosas: que ‘Los mercenarios’ es un lugar en el que la mayoría quiere estar, y que nos encontramos ante una franquicia puede tener un larguísimo recorrido.
Personalmente deseo que sea así. Quiero que estos “prescindibles” (en el título original ‘Expendables’) se conviertan en imprescindibles en las pantallas, y que tengan una carrera tan larga como la de James Bond. Si el agente británico es el aristócrata de la acción, la pandilla de Stallone son los obreros. Frente al Martini, el smoking y el Aston Martin, quiero la cerveza a morro, las Harleys y los complementos adornados con calaveras.
Quiero verles repartiendo estopa durante lustros, con una alineación que, al igual que el rostro de Bond, se vaya actualizando cuando sea necesario, congregando a nuevos rostros del género de acción en algo así como un “all star” del mamporro.
Como los antiguos alumnos de la Facultad del puñetazo celebrando cada par de años una gozosa reunión a la que nosotros estaremos encantados de asistir.
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25 de febrero de 2012
'Ghost Rider: Espíritu de Venganza', infernal
La avalancha de adaptaciones de cómics de superhéroes que asola el séptimo arte en los últimos años ha traído un par de cosas especialmente malas. La primera es que ha dañado casi de muerte la figura del héroe de acción, ya que los estudios no terminan de querer arriesgarse a potenciar figuras con una marcada masculinidad y que no tengan reparos en soltar palabrotas a mansalva. Siempre nos quedarán figuras del pasado cuyos mejores años quedaron atrás, pero, por muy buenas que pudieran ser las películas, Jason Bourne no sirve para llenar ese hueco en el corazón de los amantes del cine de acción de los 80 o 90. Sin embargo, la auténtica lacra de la moda superheroica es que, como es normal, varias de estas producciones acaban siendo una porquería de mucho cuidado. Me viene a la mente la desastrosa ‘Catwoman’ o la absurda ‘Daredevil’, pero la que hoy nos interesa es ‘Ghost Rider: El motorista fantasma’, la única forma que tuvo Nicolas Cage de conseguir su sueño de interpretar a un superhéroe en la gran pantalla. Y es que, afortunadamente para nosotros, el Superman al que iba a dar vida a las órdenes de Tim Burton no llegó a salir adelante.
Soy consciente de que Nicolas Cage es uno de las estrellas de Hollywood más polarizantes de la historia. También es obvio que esa categoría de astro le viene un poco grande en los últimos años, ya que su carrera en los últimos ¿cinco años? (quizá más) ha estado marcada por dejar la sensación de aceptar aparecer en cualquier película que le reportara suficiente dinero para solucionar sus problemas fiscales. Eso no quiere decir que no se haya dejado ver en alguna cinta destacable (‘Kick-Ass’) o algún entretenimiento aceptable (‘El aprendiz de brujo’), pero la opinión generalizada es que su carrera está tan a la deriva que va a resultar imposible reconducirla. Personalmente, he de admitir que, hasta cierto punto, he disfrutado de la mayoría de sus últimos trabajos, pero su decisión de volver a encarnar a Johnny Blaze en ‘Ghost Rider: Espíritu de venganza’ resultó un tanto desconcertante, ya que creo que existe una clara unanimidad sobre lo mala que era la primera entrega. ¿Han conseguido remontar el vuelo la saga con esta secuela o también estamos ante poco menos que un insulto al cine?
Para que os hagáis una idea de la entidad de esta cinta os comentaré que durante un pase de prueba de la película un espectador llegó a decir que, por comparación, convertía a la primera entrega en algo a la altura de ‘El caballero oscuro’. Esta valoración es algo exagerada (quizá el espectador había olvidado ya lo mala que era ‘Ghost Rider’, yo no), pero sí que podemos valorar la experiencia de ver esta película como algo infernal. Este hecho muchos lo asociarán a que los directores elegidos hayan sido Mark Neveldine y Brian Taylor, los hombres detrás de ‘Crank’ y ‘Gamer’, dos muestras de acción desvergonzada que no tenían reparos en recurrir a lo que fuese con tal de ofrecer un chut de adrenalina al espectador. Por encima de que sean películas estimables o abortos cinematográficos, su contratación era un acierto de entrada, ya que una secuela de un espanto como ‘Ghost Rider’ requería de un giro total para ver si así conseguían atraer a un público que acabó muy decepcionado con la primera entrega.
El problema es que el salto a una producción con un presupuesto más holgado ha ido unido a una reducción de la libertad de Neveldine y Taylor para utilizar ciertos elementos característicos de su cine. Eso se traduce en que las flipadas que uno podría esperar se ven reducidas a varias situaciones esparcidas a lo largo del relato, y encima se ven obligados a utilizar dos veces la más llamativa de ellas: Una meada que se asemeja a un lanzallamas. El resto se debate entre una historia repleta de tópicos (el protagonista buscando su redención y, al mismo tiempo, librarse de su maldición, el diablo que quiere perpetuar su existencia, etc.), situaciones que se van sucediendo un poco porque sí y, en general, una nítida sensación de absurdez sobre lo que estás viendo en pantalla.
En definitiva, ‘Ghost Rider: Espíritu de Venganza’ es lo que vulgarmente podríamos llamar una mierda de película, o quizá sea mejor calificarla como un completo disparate. Además, logra la difícil tarea de hacer dudar sobre cuál de las dos entregas es la peor, y eso tiene mucho mérito si tenemos en cuenta el horror que fue ‘Ghost Rider: El motorista fantasma’. Fallan los actores (seguramente sea una de las peores actuaciones de Cage), el guión no es suficientemente loco, la puesta en escena no tiene fuerza y a uno le da igual todo lo que está pasando. Además, el añadido del 3D apenas sirve para salir de la sala con los ojos cansados. Desde ya candidata a ser una de las peores películas de 2012. Como mínimo seguro que acaba siendo la mayor memez de todas.
Soy consciente de que Nicolas Cage es uno de las estrellas de Hollywood más polarizantes de la historia. También es obvio que esa categoría de astro le viene un poco grande en los últimos años, ya que su carrera en los últimos ¿cinco años? (quizá más) ha estado marcada por dejar la sensación de aceptar aparecer en cualquier película que le reportara suficiente dinero para solucionar sus problemas fiscales. Eso no quiere decir que no se haya dejado ver en alguna cinta destacable (‘Kick-Ass’) o algún entretenimiento aceptable (‘El aprendiz de brujo’), pero la opinión generalizada es que su carrera está tan a la deriva que va a resultar imposible reconducirla. Personalmente, he de admitir que, hasta cierto punto, he disfrutado de la mayoría de sus últimos trabajos, pero su decisión de volver a encarnar a Johnny Blaze en ‘Ghost Rider: Espíritu de venganza’ resultó un tanto desconcertante, ya que creo que existe una clara unanimidad sobre lo mala que era la primera entrega. ¿Han conseguido remontar el vuelo la saga con esta secuela o también estamos ante poco menos que un insulto al cine?
Para que os hagáis una idea de la entidad de esta cinta os comentaré que durante un pase de prueba de la película un espectador llegó a decir que, por comparación, convertía a la primera entrega en algo a la altura de ‘El caballero oscuro’. Esta valoración es algo exagerada (quizá el espectador había olvidado ya lo mala que era ‘Ghost Rider’, yo no), pero sí que podemos valorar la experiencia de ver esta película como algo infernal. Este hecho muchos lo asociarán a que los directores elegidos hayan sido Mark Neveldine y Brian Taylor, los hombres detrás de ‘Crank’ y ‘Gamer’, dos muestras de acción desvergonzada que no tenían reparos en recurrir a lo que fuese con tal de ofrecer un chut de adrenalina al espectador. Por encima de que sean películas estimables o abortos cinematográficos, su contratación era un acierto de entrada, ya que una secuela de un espanto como ‘Ghost Rider’ requería de un giro total para ver si así conseguían atraer a un público que acabó muy decepcionado con la primera entrega.
El problema es que el salto a una producción con un presupuesto más holgado ha ido unido a una reducción de la libertad de Neveldine y Taylor para utilizar ciertos elementos característicos de su cine. Eso se traduce en que las flipadas que uno podría esperar se ven reducidas a varias situaciones esparcidas a lo largo del relato, y encima se ven obligados a utilizar dos veces la más llamativa de ellas: Una meada que se asemeja a un lanzallamas. El resto se debate entre una historia repleta de tópicos (el protagonista buscando su redención y, al mismo tiempo, librarse de su maldición, el diablo que quiere perpetuar su existencia, etc.), situaciones que se van sucediendo un poco porque sí y, en general, una nítida sensación de absurdez sobre lo que estás viendo en pantalla.
En definitiva, ‘Ghost Rider: Espíritu de Venganza’ es lo que vulgarmente podríamos llamar una mierda de película, o quizá sea mejor calificarla como un completo disparate. Además, logra la difícil tarea de hacer dudar sobre cuál de las dos entregas es la peor, y eso tiene mucho mérito si tenemos en cuenta el horror que fue ‘Ghost Rider: El motorista fantasma’. Fallan los actores (seguramente sea una de las peores actuaciones de Cage), el guión no es suficientemente loco, la puesta en escena no tiene fuerza y a uno le da igual todo lo que está pasando. Además, el añadido del 3D apenas sirve para salir de la sala con los ojos cansados. Desde ya candidata a ser una de las peores películas de 2012. Como mínimo seguro que acaba siendo la mayor memez de todas.
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21 de febrero de 2012
'Underworld: El despertar', matando de aburrimiento
Los vampiros están de moda, y parece que más que nunca. Lejos quedaron las películas de terror de la Universal, que inmortalizarpn a Bela Lugosi, y años más tarde las de la Hammer, la madre del cine de terror moderno —ahora de moda otra vez, gracias a ‘La mujer de negro’ (‘The Woman in Black, James Watkins, 2012), de gran aceptación crítica—, con Christoper Lee a la cabeza, hasta llegar a la actualidad —pongamos unos cuantos años hacia atrás para definir tal término—, en la que una excelente serie de televisión, obra y gracia de Alan Ball, rejuvenece el mito vampírico hasta límites insospechados, y cómo no, la saga de vampiros pijos que parece lobotomizar a las audiencias. Los hombres lobo también está de moda, pero menos. La saga ‘Underworld’ los ha unido enfrentándolos a muerte en un mundo apestado de humanos, y es que a este paso, lo extraño será un humano.
Me considero un defensor de los dos títulos de esta saga, dirigidos por Len Wiseman —metido ahora en empresas mayores, como la de hacernos olvidar ‘Desafío total’ (‘Total Recall’, Paul Verhoeven, 1990), primera adaptación de un relato del gran Philip K. Dick—, o dicho de otra forma, no considero ‘Underworld’ (id, 2003) ni ‘Underworld: Evolution’ (id, 2006) tan malas como la mayoría de la gente piensa. Son film entretenidos en su justa medida, y que no faltan al respeto a los universos de los chupasangre ni de los licántropos, ofreciendo cine palomitero sin demasiadas pretensiones. Eso sí, la precuela —ejercicio cinematográfico parece que obligado en estos tiempos— ‘Underworld: La rebelión de los licántropos’ (‘Underworld: Ryse of the Lycans’, Patrick Tatopoulos, 2009) es vergonzosa, al igual que esta cuarta entrega, realizada única y exclusivamente debido a las tendencias de otra moda actual, la cansina 3D.
‘Underworld: El despertar’ (‘Underworld: Awakening’, Måns Mårlind y Björn Stein, 2011) continúa la acción dejada en el segundo título de la serie, aunque haciendo algo que suena a excusa argumental metida a calzador. Tras un prólogo que explica la de leches que se dan humanos y vampiros, Selena es congelada despertando doce años después en un mundo en el que los vampiros y los licántropos se esconden esperando una oportunidad de resurgir para dominar el mundo. Len Wiseman ya no dirige aunque es autor del guión y la historia, y cómo no, productor del evento. O sea, de alguna forma sigue dando las órdenes, y realmente esta película parece un intento nada más que comercial de resucitar la saga, mejorando los efectos visuales, acomodándose a la técnica 3D, y también un vehículo para su mujercita, una saltarina Kate Beckinsale, que se lo pasa en grande filmando secuencias de acción. Ella sola, claro.
Mårlind y Stein habían dirigido ‘Storm’ (id, 2005), que por aquí vimos de tapadillo, y no me extraña pues era uno de esos films pretenciosos con toques de ciencia ficción, bebedores de ‘Matrix’ (‘The Matrix’, The Wachowski Brothers, 1999) —curiosamente una de las fuentes de la saga Underworld—, y que más tarde hicieron la aún inédita en nuestras salas ‘La sombra de los otros’ (‘Shelter’, 2009). Ahora han probado las mieles del éxito al despuntar en taquilla cuando ‘Underworld: El despertar’ se ha estrenado en los USA, aunque sin cifras espectaculares. El resultado, artísticamente hablando, no ha estado a la altura de las circunstancias, a no ser que una cinta de acción, poblada de efectos visuales, con escenas de acción ridículas y una mala fotografía sea sinónimo de buen cine. Pero me temo que no, ni en nuestros sueños más húmedos.
Selena —una Kate Beckinsale como siempre, o sea, sosa y sin ganas, por muy bien que le siente el cuero— despierta de su letargo forzado, descubriendo que su amado ya no está, pero que tiene una hija de doce años, que cuando se mosquea es como Hulk, pero en pequeño y de otro color. En realidad, una nueva esperanza para la supervivencia de ambas especies. Stephen Rea hace un trasunto de mad doctor, obsesionado con la pequeña, y Charles Dance aparece en un par de escenas en plan aparición especial, por eso de darle un poco de categoría al conjunto. Selena se enfrentará a todos con su cuerpazo, sus colmillos y alguna que otra arma de fuego. Le ayudarán un vampirillo rebelde que sueña con la liberación de los suyos, y un policía amante de las causas justas. Las apariciones y desapariciones en escena de ambos personajes claman al cielo.
Pero si algo me ha llamado la atención de la película, dejando a un lado sus estupideces argumentales, es el penoso trabajo de fotografía, obra y gracia de Scott Kevan, el cual parece no conocer los matices. Por momentos demasiado brillante de luz, en otros más tenebrosos no juguetea argumentalmente con el sustancioso material que tiene entre manos. Y es que no hay nada peor que en un film de estas característica no haber sido capaces de crear una atmósfera adecuada, pero que le vamos a hacer cuando en 85 minutos —la única sorpresa del film— todo es una cansina sucesión de tópicos y lugares comunes, sin ritmo ni emoción. Y ya no hablemos de los personajes, con los nuevos hay un pase, pero que en su tercera entrega el de Selena quede reducido a la mínima expresión, oda al esquema más básico, ya es un indicio de las intenciones de sus autores. Y con ese final, podemos echarnos a temblar, porque la quinta entrega parece prácticamente necesaria.
Me considero un defensor de los dos títulos de esta saga, dirigidos por Len Wiseman —metido ahora en empresas mayores, como la de hacernos olvidar ‘Desafío total’ (‘Total Recall’, Paul Verhoeven, 1990), primera adaptación de un relato del gran Philip K. Dick—, o dicho de otra forma, no considero ‘Underworld’ (id, 2003) ni ‘Underworld: Evolution’ (id, 2006) tan malas como la mayoría de la gente piensa. Son film entretenidos en su justa medida, y que no faltan al respeto a los universos de los chupasangre ni de los licántropos, ofreciendo cine palomitero sin demasiadas pretensiones. Eso sí, la precuela —ejercicio cinematográfico parece que obligado en estos tiempos— ‘Underworld: La rebelión de los licántropos’ (‘Underworld: Ryse of the Lycans’, Patrick Tatopoulos, 2009) es vergonzosa, al igual que esta cuarta entrega, realizada única y exclusivamente debido a las tendencias de otra moda actual, la cansina 3D.
‘Underworld: El despertar’ (‘Underworld: Awakening’, Måns Mårlind y Björn Stein, 2011) continúa la acción dejada en el segundo título de la serie, aunque haciendo algo que suena a excusa argumental metida a calzador. Tras un prólogo que explica la de leches que se dan humanos y vampiros, Selena es congelada despertando doce años después en un mundo en el que los vampiros y los licántropos se esconden esperando una oportunidad de resurgir para dominar el mundo. Len Wiseman ya no dirige aunque es autor del guión y la historia, y cómo no, productor del evento. O sea, de alguna forma sigue dando las órdenes, y realmente esta película parece un intento nada más que comercial de resucitar la saga, mejorando los efectos visuales, acomodándose a la técnica 3D, y también un vehículo para su mujercita, una saltarina Kate Beckinsale, que se lo pasa en grande filmando secuencias de acción. Ella sola, claro.
Mårlind y Stein habían dirigido ‘Storm’ (id, 2005), que por aquí vimos de tapadillo, y no me extraña pues era uno de esos films pretenciosos con toques de ciencia ficción, bebedores de ‘Matrix’ (‘The Matrix’, The Wachowski Brothers, 1999) —curiosamente una de las fuentes de la saga Underworld—, y que más tarde hicieron la aún inédita en nuestras salas ‘La sombra de los otros’ (‘Shelter’, 2009). Ahora han probado las mieles del éxito al despuntar en taquilla cuando ‘Underworld: El despertar’ se ha estrenado en los USA, aunque sin cifras espectaculares. El resultado, artísticamente hablando, no ha estado a la altura de las circunstancias, a no ser que una cinta de acción, poblada de efectos visuales, con escenas de acción ridículas y una mala fotografía sea sinónimo de buen cine. Pero me temo que no, ni en nuestros sueños más húmedos.
Selena —una Kate Beckinsale como siempre, o sea, sosa y sin ganas, por muy bien que le siente el cuero— despierta de su letargo forzado, descubriendo que su amado ya no está, pero que tiene una hija de doce años, que cuando se mosquea es como Hulk, pero en pequeño y de otro color. En realidad, una nueva esperanza para la supervivencia de ambas especies. Stephen Rea hace un trasunto de mad doctor, obsesionado con la pequeña, y Charles Dance aparece en un par de escenas en plan aparición especial, por eso de darle un poco de categoría al conjunto. Selena se enfrentará a todos con su cuerpazo, sus colmillos y alguna que otra arma de fuego. Le ayudarán un vampirillo rebelde que sueña con la liberación de los suyos, y un policía amante de las causas justas. Las apariciones y desapariciones en escena de ambos personajes claman al cielo.
Pero si algo me ha llamado la atención de la película, dejando a un lado sus estupideces argumentales, es el penoso trabajo de fotografía, obra y gracia de Scott Kevan, el cual parece no conocer los matices. Por momentos demasiado brillante de luz, en otros más tenebrosos no juguetea argumentalmente con el sustancioso material que tiene entre manos. Y es que no hay nada peor que en un film de estas característica no haber sido capaces de crear una atmósfera adecuada, pero que le vamos a hacer cuando en 85 minutos —la única sorpresa del film— todo es una cansina sucesión de tópicos y lugares comunes, sin ritmo ni emoción. Y ya no hablemos de los personajes, con los nuevos hay un pase, pero que en su tercera entrega el de Selena quede reducido a la mínima expresión, oda al esquema más básico, ya es un indicio de las intenciones de sus autores. Y con ese final, podemos echarnos a temblar, porque la quinta entrega parece prácticamente necesaria.
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1 de noviembre de 2011
“Grave Encounters”, o cómo pasar miedo con un mockumentary
Un psiquiátrico abandonada donde dicen que por la noche se escuchan ruidos raros, risas y los objetos se mueven solos. Un grupo de investigadores que se encierran una noche para comprobarlo, con las últimas herramientas en el estudio de actividades paranormales. Cámaras subjetivas que se alternan con otras fijas, oscuridad total salvo por linternas o focos y hora y media para ver qué sucede con todos ellos.
Mil veces hemos visto ya estas técnicas en películas de terror, y también el mismo argumento, desde que en 1999 dos estudiantes nos colaran a todos “The Blair Witch Project” como una historia real. La desinformación que se vivió en aquel momento con esta película dio lugar a que se convirtiera en un mito y, 12 años después, que haya creado un estilo muy característico dentro del cine de terror, del que tanto están tirando actualmente los cineastas que pretenden que pasemos miedo en una sala.
Sin embargo, al igual que pasó con la cinta del 99, muchas de las que vinieron después sólo han conseguido desperdiciar la empatía automática que produce la técnica de la cámara subjetiva, aunque afortunadamente también hay excepciones. Y creo que “Grave Encounters” es una de ellas.
Desde el primer momento juega con la idea de que lo que vamos a ver en la película es completamente real, que es un cinta que fue enviada a la productora y demás. Desgraciadamente, y no creo que les fastidie a nadie sorpresa puesto que sólo hace falta consultar su ficha en iMDb, todo es falso. Se trata de una película que se hace pasar por un mockumentary cuando no lo es, jugando de nuevo con la verosimilitud de todo lo que vemos en pantalla. Y aunque el planteamiento inicial se basa en esta idea, que continua durante todo el metraje, es prácticamente imposible que el espectador caiga en ese juego.
A pesar de esto, que el espectador sepa en todo momento que lo que ve no ha sucedido realmente tal y como lo cuentan, no es óbice para que nos introduzcamos en la situación. El efecto hipnótico que produce la sala oscura ayudado por los planos subjetivos son un recurso que The Vicious Brothers se encargan de explotar perfectamente. Así que, pese al rechazo inicial por la propuesta, es inevitable que nos haga sentir que estamos con los protagonistas viviendo su misma situación, perdidos en ese psiquiátrico que no promete nada bueno.
Lamentablemente a esta situación inicial ayudan mucho las interpretaciones del reparto. Un punto clave que tendría que tener cualquier película que se presenta como una historia real y natural es que las interpretaciones estén acorde con la propuesta, y también sean realistas. Esta vez no es, ni de lejos, nada así, ya que las actuaciones del reparto son tremendamente malas que no ayudan en nada a que el espectador termine de sumergirse en la película.
Afortunadamente, el trabajo de The Vicious Brothers en las demás materias es muy efectivo y eso se traduce en la sensación de ansiedad y desesperación que el espectador experimenta durante casi todo el metraje. Aunque la historia esté poblada de clichés, con la típica introducción donde los personajes hacen tomas falsas y parecen divertirse con lo que les va a ocurrir, la película luego aporta algo más que la hace mejor que las demás.
Creo que uno de los puntos interesantes que tiene la cinta y consigue este efecto es el exagerado pero efectivo estiramiento del tempo narrativo. En las escenas donde es inevitable pensar que si algo va a ocurrir, ocurrirá, se alarga ese susto final que hace que el espectador salte de la butaca pero que a la vez sienta un alivio interior al conocer que el susto ya ha pasado. Esta vez, ese tipo de secuencias son largas, muy largas, que no hacen más que aumentar el dramatismo y la desesperación que sentimos por que concluya con el consecuente efectivismo.
Además de esto la película juega mucho con la sensación de claustrofobia que experimentan los personajes. Como ya sucedió en “Buried”, el espectador sabe que está encerrado y que no hay manera de salir, aparte de que muchos de los planos y situaciones se producen en estrechos pasillos o pequeñas habitaciones, donde un giro de cámara puede ser fatal. Mientras que en la película de Rodrigo Cortés todo esto estaba al servicio del drama y el suspense, aquí se utiliza para que el espectador no sepa por dónde pueden venir los sustos, dónde estará el siguiente peligro.
Podría enumerar las numerosas referencias que tiene esta película de obras anteriores, muy similares en la forma pero muy distintas en el resultado final. He de reconocer que hacía tiempo que no lo pasaba tan bien (o mal) viendo una película de terror, pero “Grave Encounters” lo ha conseguido. Puede que pase sin pena ni gloria por el circuito comercial pero desde luego es una cinta que hay que tener en cuenta dentro del género y, tal y como están ahora las películas de terror, eso es doblemente remarcable.
Mil veces hemos visto ya estas técnicas en películas de terror, y también el mismo argumento, desde que en 1999 dos estudiantes nos colaran a todos “The Blair Witch Project” como una historia real. La desinformación que se vivió en aquel momento con esta película dio lugar a que se convirtiera en un mito y, 12 años después, que haya creado un estilo muy característico dentro del cine de terror, del que tanto están tirando actualmente los cineastas que pretenden que pasemos miedo en una sala.
Sin embargo, al igual que pasó con la cinta del 99, muchas de las que vinieron después sólo han conseguido desperdiciar la empatía automática que produce la técnica de la cámara subjetiva, aunque afortunadamente también hay excepciones. Y creo que “Grave Encounters” es una de ellas.
Desde el primer momento juega con la idea de que lo que vamos a ver en la película es completamente real, que es un cinta que fue enviada a la productora y demás. Desgraciadamente, y no creo que les fastidie a nadie sorpresa puesto que sólo hace falta consultar su ficha en iMDb, todo es falso. Se trata de una película que se hace pasar por un mockumentary cuando no lo es, jugando de nuevo con la verosimilitud de todo lo que vemos en pantalla. Y aunque el planteamiento inicial se basa en esta idea, que continua durante todo el metraje, es prácticamente imposible que el espectador caiga en ese juego.
A pesar de esto, que el espectador sepa en todo momento que lo que ve no ha sucedido realmente tal y como lo cuentan, no es óbice para que nos introduzcamos en la situación. El efecto hipnótico que produce la sala oscura ayudado por los planos subjetivos son un recurso que The Vicious Brothers se encargan de explotar perfectamente. Así que, pese al rechazo inicial por la propuesta, es inevitable que nos haga sentir que estamos con los protagonistas viviendo su misma situación, perdidos en ese psiquiátrico que no promete nada bueno.
Lamentablemente a esta situación inicial ayudan mucho las interpretaciones del reparto. Un punto clave que tendría que tener cualquier película que se presenta como una historia real y natural es que las interpretaciones estén acorde con la propuesta, y también sean realistas. Esta vez no es, ni de lejos, nada así, ya que las actuaciones del reparto son tremendamente malas que no ayudan en nada a que el espectador termine de sumergirse en la película.
Afortunadamente, el trabajo de The Vicious Brothers en las demás materias es muy efectivo y eso se traduce en la sensación de ansiedad y desesperación que el espectador experimenta durante casi todo el metraje. Aunque la historia esté poblada de clichés, con la típica introducción donde los personajes hacen tomas falsas y parecen divertirse con lo que les va a ocurrir, la película luego aporta algo más que la hace mejor que las demás.
Creo que uno de los puntos interesantes que tiene la cinta y consigue este efecto es el exagerado pero efectivo estiramiento del tempo narrativo. En las escenas donde es inevitable pensar que si algo va a ocurrir, ocurrirá, se alarga ese susto final que hace que el espectador salte de la butaca pero que a la vez sienta un alivio interior al conocer que el susto ya ha pasado. Esta vez, ese tipo de secuencias son largas, muy largas, que no hacen más que aumentar el dramatismo y la desesperación que sentimos por que concluya con el consecuente efectivismo.
Además de esto la película juega mucho con la sensación de claustrofobia que experimentan los personajes. Como ya sucedió en “Buried”, el espectador sabe que está encerrado y que no hay manera de salir, aparte de que muchos de los planos y situaciones se producen en estrechos pasillos o pequeñas habitaciones, donde un giro de cámara puede ser fatal. Mientras que en la película de Rodrigo Cortés todo esto estaba al servicio del drama y el suspense, aquí se utiliza para que el espectador no sepa por dónde pueden venir los sustos, dónde estará el siguiente peligro.
Podría enumerar las numerosas referencias que tiene esta película de obras anteriores, muy similares en la forma pero muy distintas en el resultado final. He de reconocer que hacía tiempo que no lo pasaba tan bien (o mal) viendo una película de terror, pero “Grave Encounters” lo ha conseguido. Puede que pase sin pena ni gloria por el circuito comercial pero desde luego es una cinta que hay que tener en cuenta dentro del género y, tal y como están ahora las películas de terror, eso es doblemente remarcable.
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24 de septiembre de 2011
“Shark Night 3D”: sangre y vísceras sin humor ni sentido
Con un reparto de cuyos nombres no quiero acordarme, “Shark Night 3D” es la última propuesta del que fuera director de “Final Destination 2” y “Final Destinaton 4”, David R. Ellis, que también estuviera detrás de la cámara en “Cellular”, “Snakes on a Plane” y “Asylum”, todo un espectacular currículo. Tal y como su título nos deja prever, se trata de un producto de terror veraniego para consumidores de palomitas bañadas en sangre, en lugar de la habitual miel.
Y es que un servidor se atreve con este tipo de productos con tal de experimentar el placer de presenciar la muerte y desmembramiento de todos y cada uno del los insoportables protagonistas que son presentados en los primeros quince minutos (me encanta que el primero que caiga sea el deportista aplicado). Además está ese deporte cinéfilo que consiste en reconocer las referencias, fuentes de inspiración o películas plagiadas por los artífices de la película que, en este caso, se fijaron en títulos estupendos del género como “The Texas Chainsaw Massacre” y “Jaws”. Aunque no se deben despistarse que podrían encontrase con algún inesperado giro de guión.
Y efectivamente, cuando en “Jaws” había un tiburón a la caza del hombre blanco, o en “Jaws 3D”, creo recordar que había un par, aquí hay mogollón y encima de distintas especies. ¡Y vuelan! (Siento el spoiler pero tenía que decirlo). Y no sólo eso, sino que también hay pirañas. ¡Mola mazo, colega! Subidón total. Pero no se vayan todavía que aún hay más. Podrán disfrutar con antológicas secuencias absurdas como buscar el brazo de un colega en el fondo del lago de noche, sabiendo ya lo de los tiburones; o el pedazo de momento en que salen a relucir las reglas de Baltimore: “te llevas uno de los míos, yo me llevo uno de los tuyos”, como si fuera algo personal.
En un espectacular giro argumental, al final resulta que los enemigos de este grupo de universitarios que se comportan como adolescentes retrasados no van a ser los dentados depredadores, sino las nuevas tecnologías que llevan al hombre a perpetrar actos sin escrúpulos tan descabellados como los que aquí se narran. No sé, puede que si el planteamiento hubiera aparecido diez años antes me lo hubiera tragado, pero como que ya es un poco tarde para una gesta tan rebuscada.
Y es que si la tarea que llevan a cabo el trío de palurdos de “Shark Night 3D” -que no voy a desvelar para que puedan disfrutar de la película en todas sus dimensiones- es peregrina, no menos descabellada es la idea que llegaron a discernir los dos guionistas de la película. Por lo demás lo cierto es que las secuencias de terror están bastante bien resueltas, por lo menos son efectivas y sangre y vísceras vais a encontrar a mogollón. Quien sabe, igual acaba convirtiéndose en un clásico del cine Z. Al menos es corta, muy corta.
Y es que un servidor se atreve con este tipo de productos con tal de experimentar el placer de presenciar la muerte y desmembramiento de todos y cada uno del los insoportables protagonistas que son presentados en los primeros quince minutos (me encanta que el primero que caiga sea el deportista aplicado). Además está ese deporte cinéfilo que consiste en reconocer las referencias, fuentes de inspiración o películas plagiadas por los artífices de la película que, en este caso, se fijaron en títulos estupendos del género como “The Texas Chainsaw Massacre” y “Jaws”. Aunque no se deben despistarse que podrían encontrase con algún inesperado giro de guión.
Y efectivamente, cuando en “Jaws” había un tiburón a la caza del hombre blanco, o en “Jaws 3D”, creo recordar que había un par, aquí hay mogollón y encima de distintas especies. ¡Y vuelan! (Siento el spoiler pero tenía que decirlo). Y no sólo eso, sino que también hay pirañas. ¡Mola mazo, colega! Subidón total. Pero no se vayan todavía que aún hay más. Podrán disfrutar con antológicas secuencias absurdas como buscar el brazo de un colega en el fondo del lago de noche, sabiendo ya lo de los tiburones; o el pedazo de momento en que salen a relucir las reglas de Baltimore: “te llevas uno de los míos, yo me llevo uno de los tuyos”, como si fuera algo personal.
En un espectacular giro argumental, al final resulta que los enemigos de este grupo de universitarios que se comportan como adolescentes retrasados no van a ser los dentados depredadores, sino las nuevas tecnologías que llevan al hombre a perpetrar actos sin escrúpulos tan descabellados como los que aquí se narran. No sé, puede que si el planteamiento hubiera aparecido diez años antes me lo hubiera tragado, pero como que ya es un poco tarde para una gesta tan rebuscada.
Y es que si la tarea que llevan a cabo el trío de palurdos de “Shark Night 3D” -que no voy a desvelar para que puedan disfrutar de la película en todas sus dimensiones- es peregrina, no menos descabellada es la idea que llegaron a discernir los dos guionistas de la película. Por lo demás lo cierto es que las secuencias de terror están bastante bien resueltas, por lo menos son efectivas y sangre y vísceras vais a encontrar a mogollón. Quien sabe, igual acaba convirtiéndose en un clásico del cine Z. Al menos es corta, muy corta.
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22 de agosto de 2011
“Conan the Barbarian” nació por cesárea
Si vas a ver “Conan the Barbarian” esperando un producto de entretenimiento, durante algo más de hora y media, es posible que esta sea tu película. No te digo que no. Pero debo advertirte que es un producto efímero que sólo podrás saborear mientras las luces del cine estén apagadas y que se te olvidará una vez abandones la sala de proyección. Si por el contrario buscas una película que además de servirte de evasión te cuente una historia interesante a través de unos personajes bien construidos, te has equivocado de sala al comprar tu entrada.
Más que una película, Marcus Nispel parece ofrecernos el primer episodio de lo que, no cabe ni la menor duda, piensa convertir en una franquicia (esta palabra va camino de convertirse en sinónimo de baja calidad). No es que la psicología de sus personajes esté mal trazada ni que las acciones que van a ir ensamblando la trama de la película sean más o menos interesantes, es que da la impresión de que tiene demasiada prisa por contarlo todo. Lo que no se traduce en una película frenética, con un ritmo trepidante, sino en un batiburrillo de secuencias de acción que, apoyadas en un infantil estereotipo del bien y del mal, impiden la crear el mínimo vínculo con unos personajes que al final, te da lo mismo si viven o mueren.
Si las aptitudes de Jason Momoa (sean cuales sean), le han debido servir para prosperar en series de televisión como “Baywatch”, “Stargate: Atlantis” o “Game of Thrones”, está claro que no funcionan de la misma manera en un largometraje cinematográfico, aunque sea “Conan the Barbarian”. Quizás la única presencia relevante sea la breve aparición de Ron Perlman como Corin, el padre de Conan, que es el único personaje de toda la película por el que, al menos un servidor, llega a sentir alguna emoción. De la banda sonora, mejor ni comento.
Y todo esto hablando por sí misma, porque no os cuento si encima la comparamos con su predecesora, de la que para habernos vendido que se alejaba, guarda demasiadas similitudes visuales aunque ninguna narrativa. Si el guión que escribieran John Milius junto a Oliver Stone era capaz de transmitir la evolución de la personalidad de Conan a través de sencillas elipsis, así como de transportarnos a un mundo mágico y fascinante, el que escribe el trío formado por Thomas Dean Donnelly, Joshua Oppenheimer y Sean Hood, tan sólo consigue enlazar una secuencia con otra para que la narración tenga sentido, no viendo en ningún momento cómo Conan asimila las enseñanzas de su padre —lo que me lleva a deducir que los guionistas tienen la misma prisa en desarrollar sus personajes como su director en contar la historia—, y más que con magia, lo hacen con trucos de prestidigitadores de medio pelo.
Y de la banda sonora, mejor ni comento.
Más que una película, Marcus Nispel parece ofrecernos el primer episodio de lo que, no cabe ni la menor duda, piensa convertir en una franquicia (esta palabra va camino de convertirse en sinónimo de baja calidad). No es que la psicología de sus personajes esté mal trazada ni que las acciones que van a ir ensamblando la trama de la película sean más o menos interesantes, es que da la impresión de que tiene demasiada prisa por contarlo todo. Lo que no se traduce en una película frenética, con un ritmo trepidante, sino en un batiburrillo de secuencias de acción que, apoyadas en un infantil estereotipo del bien y del mal, impiden la crear el mínimo vínculo con unos personajes que al final, te da lo mismo si viven o mueren.
Si las aptitudes de Jason Momoa (sean cuales sean), le han debido servir para prosperar en series de televisión como “Baywatch”, “Stargate: Atlantis” o “Game of Thrones”, está claro que no funcionan de la misma manera en un largometraje cinematográfico, aunque sea “Conan the Barbarian”. Quizás la única presencia relevante sea la breve aparición de Ron Perlman como Corin, el padre de Conan, que es el único personaje de toda la película por el que, al menos un servidor, llega a sentir alguna emoción. De la banda sonora, mejor ni comento.
Y todo esto hablando por sí misma, porque no os cuento si encima la comparamos con su predecesora, de la que para habernos vendido que se alejaba, guarda demasiadas similitudes visuales aunque ninguna narrativa. Si el guión que escribieran John Milius junto a Oliver Stone era capaz de transmitir la evolución de la personalidad de Conan a través de sencillas elipsis, así como de transportarnos a un mundo mágico y fascinante, el que escribe el trío formado por Thomas Dean Donnelly, Joshua Oppenheimer y Sean Hood, tan sólo consigue enlazar una secuencia con otra para que la narración tenga sentido, no viendo en ningún momento cómo Conan asimila las enseñanzas de su padre —lo que me lleva a deducir que los guionistas tienen la misma prisa en desarrollar sus personajes como su director en contar la historia—, y más que con magia, lo hacen con trucos de prestidigitadores de medio pelo.
Y de la banda sonora, mejor ni comento.
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5 de agosto de 2011
Review: Super 8
Si algo parecen haber olvidado los realizadores, es que las escenas de acción y el caos postapocalíptico sólo tienen significado cuando la audiencia siente empatía por los personajes envueltos en ello. Super 8 da en el clavo al conseguir que nos involucremos a nivel personal con los protagonistas, un grupo de amigos en un pequeño pueblo estadounidense que cumplen el sueño infantil que muchos hemos compartido: hacer cine.
El ingenio narrativo, tanto del guión como en su resolución visual, nos recuerdan que no es necesario ser obvios al momento de contar una historia para que la audiencia se conecte y entienda la trama. Por más que la cinta pueda llegar a tener incontables nods al cine ochentero o a la propia filmografía de Spielberg, su frescura es innegable. La historia de los niños y su pasión por el cine (que los cinéfilos no podrán evitar apreciar) se combina adecuadamente con el elemento sci-fi.
El mérito de dirección es evidente, no sólo por sus múltiples y complejas escenas con efectos especiales, sino por sus elaboradas tomas amplias en las que se conjuntan diversos elementos (niños corriendo, casas explotando, tanques transitando las calles de los suburbios) que suman cuadros hermosos. Las actuaciones de todo el elenco son genuinamente sobresalientes, con momentos dramáticos correctamente intercalados con el sentimiento de urgencia de una buena survival movie.
En suma, la cinta nos recuerda a las buenas historias que lograban conmovernos, entretenernos y, más que nada, emocionarnos, además de contar con un elevadísimo nivel de producción. Nota: no se pierdan los créditos finales.
El ingenio narrativo, tanto del guión como en su resolución visual, nos recuerdan que no es necesario ser obvios al momento de contar una historia para que la audiencia se conecte y entienda la trama. Por más que la cinta pueda llegar a tener incontables nods al cine ochentero o a la propia filmografía de Spielberg, su frescura es innegable. La historia de los niños y su pasión por el cine (que los cinéfilos no podrán evitar apreciar) se combina adecuadamente con el elemento sci-fi.
El mérito de dirección es evidente, no sólo por sus múltiples y complejas escenas con efectos especiales, sino por sus elaboradas tomas amplias en las que se conjuntan diversos elementos (niños corriendo, casas explotando, tanques transitando las calles de los suburbios) que suman cuadros hermosos. Las actuaciones de todo el elenco son genuinamente sobresalientes, con momentos dramáticos correctamente intercalados con el sentimiento de urgencia de una buena survival movie.
En suma, la cinta nos recuerda a las buenas historias que lograban conmovernos, entretenernos y, más que nada, emocionarnos, además de contar con un elevadísimo nivel de producción. Nota: no se pierdan los créditos finales.
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16 de julio de 2011
El épico final de Harry Potter y las reliquias de la muerte 2
Y el fin de la saga ha llegado. Para muchos será una triste noticia mientras que para tantos otros será todo un alivio, pero lo que está claro es que una franquicia como la de Harry Potter no deja indiferente a nadie. Los números hablan por sí solos: diez años, ochos películas y cuatro directores para dar lugar a la saga más rentable de la historia del cine, recaudando miles y miles de millones de dólares en todo el mundo durante estos años. Pero como decía aquel ‘todo lo que tiene un principio tiene un final’ y este 2011 supone el del famoso mago.
David Yates no tenía una tarea nada fácil, puesto que tenía a sus espaldas cerrar toda esa enorme saga que tanto ha emocionado a tantos millones de personas. Tenía que conseguir un final adecuado para todo ello, un elemento clave en cualquier película puesto que los finales suponen las imágenes más frescas que se quedan en nuestra memoria cuando terminamos de ver una cinta, y esta vez no sólo tenía que ser el de una sino el de ocho. Pero hay que decir que pasa el corte, y con nota.
La película es todo un juego de emociones, de altibajos, de ritmo frenético y de espectaculares momentos tan bien elaborados (en su origen) que no dejan un momento de respiro. Desde el primer minuto, desde el primer plano prácticamente a continuación de cuando terminaba su predecesora, ya parece que no hay vuelta atrás: si entras en el juego de la película te atrapa y no te suelta hasta el final, dando como resultado una historia muy entretenida que, lo mejor de todo, no cae en errores de las anteriores.
Reconozco que no estoy familiarizado con la historia del joven mago y no sólo eso: salvo la tercera parte, no he disfrutado de ninguna de las anteriores cintas que se han realizado. Creo que la historia tiene muchas posibilidades pero que se desperdicia por enfocarse demasiado en un público más infantil, por intentar satisfacer los gustos de estos espectadores dejando de lado a los demás, al menos en ciertos momentos. Pero en “Harry Potter and the Deathly Hallows: Part II” no ocurre nada de eso: aquí no hay lugar para medias tintas sino que se pone toda la carne en el asador, el espectador va descubriendo elementos oscuros y más maduros de la historia y no queda otra que vivir o morir.
A nivel de intérpretes también está más allá de sus predecesoras, especialmente en cuanto al trío protagonista que tanto me disgustó en “Harry Potter and the Deathly Hallows: Part I”. Tanto Daniel Radcliffe como Emma Watson y Rupert Grint han ascendido un escalón en su nivel de calidad interpretativa ya que parecen haberse dado cuenta de que no todo es tener una cara bonita (o un parecido físico con los personajes), sino que también hay que sacarlo de dentro y sentirse absorbido por la historia, como le ocurre al espectador. Caso aparte es Ralph Fiennes que parece disfrutar de lo lindo de los papeles de villano y de Lord Voldemort en concreto, aunque el protagonismo absoluto recae en Helena Bonham Carter que cada vez que aparece en pantalla no sabemos qué esperar de ella, tan impredecible como su personaje.
Pero antes hablaba de que todos los logros de la película, todos los grandes momentos y especialmente la historia que evoluciona a cotas más maduras se debía a la obra original. O eso me imagino, puesto que trabajo de David Yates no es. Es inevitable preguntarse que podría haber sido de este díptico final si lo hubiera realizado un director realmente interesante, si le hubieran dado otra oportunidad a Alfonso Cuarón por ejemplo, que nos brindó la mejor película de la saga. Estoy seguro de que el resultado habría sido una obra mucho mejor, más profunda, incidiendo en puntos realmente interesantes que en esta a veces se tocan de soslayo y sobre todo dando la importancia que se merece a las escenas realmente importantes, como alguna de las muertes de personajes importantes (no voy a decir de quién). Digamos que se ha tomado tan en serio lo de mantener el ritmo durante todo el metraje que tampoco ha querido crear demasiados momentos que destacaran, aunque lo merecieran, para no trastocar su idea.
A este respecto cabe subrayar que lo peor de la cinta, sin duda, es el final. Después de todo lo que les ha ocurrido a los personajes durante estos años, con todos los millones de fans que guardarán esa última imagen en sus retinas, tampoco resulta ser nada grandioso y remarcable, como si fuese el final de cualquiera de las otras cintas. Ahí creo que Yates no se tomó en serio la importancia de todo el material que tenía entre manos ya que, guste o no, ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la industria estos últimos años y todavía pasarán otros tantos donde se siga hablando de la saga del rentable Harry Potter.
Por cierto, sinceramente creo que aunque la película se pueda ver en 3D, no estaba pensada para verse así puesto que no aporta nada más a la cinta salvo incomodar a los espectadores con unas gafas y perder calidad de imagen. Advertidos quedas.
David Yates no tenía una tarea nada fácil, puesto que tenía a sus espaldas cerrar toda esa enorme saga que tanto ha emocionado a tantos millones de personas. Tenía que conseguir un final adecuado para todo ello, un elemento clave en cualquier película puesto que los finales suponen las imágenes más frescas que se quedan en nuestra memoria cuando terminamos de ver una cinta, y esta vez no sólo tenía que ser el de una sino el de ocho. Pero hay que decir que pasa el corte, y con nota.
La película es todo un juego de emociones, de altibajos, de ritmo frenético y de espectaculares momentos tan bien elaborados (en su origen) que no dejan un momento de respiro. Desde el primer minuto, desde el primer plano prácticamente a continuación de cuando terminaba su predecesora, ya parece que no hay vuelta atrás: si entras en el juego de la película te atrapa y no te suelta hasta el final, dando como resultado una historia muy entretenida que, lo mejor de todo, no cae en errores de las anteriores.
Reconozco que no estoy familiarizado con la historia del joven mago y no sólo eso: salvo la tercera parte, no he disfrutado de ninguna de las anteriores cintas que se han realizado. Creo que la historia tiene muchas posibilidades pero que se desperdicia por enfocarse demasiado en un público más infantil, por intentar satisfacer los gustos de estos espectadores dejando de lado a los demás, al menos en ciertos momentos. Pero en “Harry Potter and the Deathly Hallows: Part II” no ocurre nada de eso: aquí no hay lugar para medias tintas sino que se pone toda la carne en el asador, el espectador va descubriendo elementos oscuros y más maduros de la historia y no queda otra que vivir o morir.
A nivel de intérpretes también está más allá de sus predecesoras, especialmente en cuanto al trío protagonista que tanto me disgustó en “Harry Potter and the Deathly Hallows: Part I”. Tanto Daniel Radcliffe como Emma Watson y Rupert Grint han ascendido un escalón en su nivel de calidad interpretativa ya que parecen haberse dado cuenta de que no todo es tener una cara bonita (o un parecido físico con los personajes), sino que también hay que sacarlo de dentro y sentirse absorbido por la historia, como le ocurre al espectador. Caso aparte es Ralph Fiennes que parece disfrutar de lo lindo de los papeles de villano y de Lord Voldemort en concreto, aunque el protagonismo absoluto recae en Helena Bonham Carter que cada vez que aparece en pantalla no sabemos qué esperar de ella, tan impredecible como su personaje.
Pero antes hablaba de que todos los logros de la película, todos los grandes momentos y especialmente la historia que evoluciona a cotas más maduras se debía a la obra original. O eso me imagino, puesto que trabajo de David Yates no es. Es inevitable preguntarse que podría haber sido de este díptico final si lo hubiera realizado un director realmente interesante, si le hubieran dado otra oportunidad a Alfonso Cuarón por ejemplo, que nos brindó la mejor película de la saga. Estoy seguro de que el resultado habría sido una obra mucho mejor, más profunda, incidiendo en puntos realmente interesantes que en esta a veces se tocan de soslayo y sobre todo dando la importancia que se merece a las escenas realmente importantes, como alguna de las muertes de personajes importantes (no voy a decir de quién). Digamos que se ha tomado tan en serio lo de mantener el ritmo durante todo el metraje que tampoco ha querido crear demasiados momentos que destacaran, aunque lo merecieran, para no trastocar su idea.
A este respecto cabe subrayar que lo peor de la cinta, sin duda, es el final. Después de todo lo que les ha ocurrido a los personajes durante estos años, con todos los millones de fans que guardarán esa última imagen en sus retinas, tampoco resulta ser nada grandioso y remarcable, como si fuese el final de cualquiera de las otras cintas. Ahí creo que Yates no se tomó en serio la importancia de todo el material que tenía entre manos ya que, guste o no, ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la industria estos últimos años y todavía pasarán otros tantos donde se siga hablando de la saga del rentable Harry Potter.
Por cierto, sinceramente creo que aunque la película se pueda ver en 3D, no estaba pensada para verse así puesto que no aporta nada más a la cinta salvo incomodar a los espectadores con unas gafas y perder calidad de imagen. Advertidos quedas.
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8 de julio de 2011
Estupendas primeras críticas para Harry Potter y las reliquias de la muerte 2
La película Harry Potter y las reliquias de la muerte 2 se estrena en cines el próximo 15 de julio. Pero como suele suceder, ya están llegando las primeras críticas sobre la adaptación de la obra de JK Rowling. Y por ahora son casi inmejorables. Algo que sin duda hará las delicias de los seguidores más acérrimos de las aventuras del joven mago.
La última entrega de la saga Harry Potter, Harry Potter y las reliquias de la muerte 2, está siendo comparada incluso con El Señor de los anillos, en lo que a sus escenas épicas se trata. Como afirma Grant Rollins del diario británico The Sun: "Imagina una batalla más espectacular. Es vertiginosa y excitante, incluso antes de que la trama llegue al clímax monumental entre el valiente huérfano y el desalmado Ralph Fiennes".
Las alabanzas a la película van incluso más allá y ensalzan al filme dirigido por David Yates por encima de la obra original escrita por JK Rowling. Como dice Phillip Womack del Daily Telegraph: "tal vez el mayor triunfo es la habilidad del director para superar las deficiencias de la redacción de JK Rowling. Ella falló a la hora de infundir la épica necesaria para la conclusión del argumento. Pero David Yates consigue transformar el final y dotarle de una aterradora calidad".
Harry Potter y las reliquias de la muerte 2 marca la despedida de una franquicia cinematográfica que se extendió por más de diez años. ¿Será la mejor película de la saga?
La última entrega de la saga Harry Potter, Harry Potter y las reliquias de la muerte 2, está siendo comparada incluso con El Señor de los anillos, en lo que a sus escenas épicas se trata. Como afirma Grant Rollins del diario británico The Sun: "Imagina una batalla más espectacular. Es vertiginosa y excitante, incluso antes de que la trama llegue al clímax monumental entre el valiente huérfano y el desalmado Ralph Fiennes".
Las alabanzas a la película van incluso más allá y ensalzan al filme dirigido por David Yates por encima de la obra original escrita por JK Rowling. Como dice Phillip Womack del Daily Telegraph: "tal vez el mayor triunfo es la habilidad del director para superar las deficiencias de la redacción de JK Rowling. Ella falló a la hora de infundir la épica necesaria para la conclusión del argumento. Pero David Yates consigue transformar el final y dotarle de una aterradora calidad".
Harry Potter y las reliquias de la muerte 2 marca la despedida de una franquicia cinematográfica que se extendió por más de diez años. ¿Será la mejor película de la saga?
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30 de junio de 2011
Transformers: El Lado oscuro de la Luna', Meridiano de chatarra
Michael Bay, cineasta conocido por su pasión irredenta por el metal y las mujeres, voz profética y esteta tanto de una generación educada en videoclips y anuncios televisivos (preferentemente de Victoria’s Secret y grandes marcas de coche: no verán grandes soflamas moralistas a eso, bien está) como voz elocuente de lo que podría llamarse el sueño pequeñoburgués de Forocoches, esto es, un mundo ideal en el que la felicidad se explica con ralentíes, una mujer espectacular y un gran atardecer en el que pueden aparecer tanto melodías de Hans Zimmer como un gran éxito de Aerosmith (o Linkin Park). Sentimentalismos aparte, el tipo hace grandes blockbusters, en esto soy literal y no elogioso, sin el poderío de un Steven Spielberg o James Cameron, en el fondo y todavía sus grandes maestros (aunque, ay, estemos ante el alumno con mejor taquilla y escaso talento), y con una pasión y un compromiso tan enormes con el product placement, la estupidez y una tensión hacia el autohomenaje que resulta difícil ponerse aquí a mentar otros destinos mayores, usar con bajeza la ironía para desprestigiar procesos tan nobles y transparentes.
Las películas, basadas y patrocinadas por ese juguete mítico de los años ochenta de Hasbro, deberían haber sido una gran fiesta de set pieces y también la consagración del discurso personal de Bay, que no es otra cosa que lo resumido allí arriba, y se quedaron un poco a medio camino, un poco porque se hacía autohomenajes de todas las películas y otro poco porque, por mucha simpatía que me despierten escenas de ‘La Roca’ o ‘Armageddon’ o ‘La isla’ (y siento un cariño especial por estas tres películas, aunque casi siempre sean por, ugh, aciertos de guión), admito que Bay es un ejemplo perfecto de como no planificar una escena, con cortes rápidos, movimientos bruscos de cámara y, snif, un desprecio absoluto por el espacio y el frenesí visual bien entendido.
Y, vaya por donde, en esta entrega de la saga no está Megan Fox y como decido ponerme servil con la llegada de la modelo de Victoria’s Secret, Rose Huntington-Whiteley, que ejecuta su peculiar versión de Lady Macbeth convenciendo a un robot de la humillación que otro está llevando a cabo. No daré demasiados spoilers, pues tampoco son requeridos para esta trama en la que, adivináis, los autobots deberán frenar el nuevo plan de invasión de los Decepticons. Shia LaBeouf, un moderno Antoine Doinel para la era del zapping, tendrá ahora problemas fálicos pues el coche del jefe es mayor y para su chica y él, en desgracia obrera y terrible, no puede comprar esas cosas tan gigantes y magníficas.
El gran tema americano sería el fracaso, pienso, y el otro sería la lucha por la Libertad cuya realidad está llena de dificultades y encima de un gobierno que, aunque da medallas, no permite a los héroes vivir como tales, en retiro espiritual. Pero América es un lugar para los héroes y el personaje de Sam Witwicky correrá, gritará muchas veces el nombre de Bumblebee y protagonizará las mejores set pieces que ha rodado Bay y de las mejores del verano presente. Porque, querido lector, esta película contiene las mejores escenas de acción de su inepto cineasta, además del único uso justificado de las tres dimensiones en mucho, mucho tiempo. Es una experiencia atronadora comprobar como cae un edificio o como dos robots gigantes chocan, es toda una aventura ver como cada explosión tiene un grado de detallismo tal que uno diría que la realidad en la que vive es más bien mediocre, de baja resolución, llena de bugs y sin alta definición.
El problema es que estamos, en la línea ya de la segunda entrega, ante un desastre narrativo de proporciones gigantescas. Para empezar, y sin ánimo de discutir esa naturaleza after hours de todo Bayhem (para quien no lo sepa, nombre que reciben las películas y el fiestón de kabooms que en ella se organizan), son demasiado ciento cincuenta minutos para una historia de este calibre. Si las set pieces estuvieran unidas por excusas mínimas, no hablo ya de ideas magníficas, estaríamos ante un blockbuster de manual, pero uno bueno o interesante. Si encima la narración fuera capaz de generar interés sobre cualquiera de los acontecimientos, incluso las palmas serían un buen manual. Pero no ocurre y es una lástima que el director no haya encontrado consejos para una historia así, porque hay algo genuinamente divertido en su prólogo lunar (cortesía del productor ejecutivo, Steven Spielberg) dispuesto a reescribir toda la historia al servicio de un gran secreto conspiranoico, suponiendo un elemento de interés que, por supuesto, es resuelto con facilidad y sin prestar atención a las posibilidades narrativas de esa idea.
Lo que si ocurre es que todas las líneas de intriga son derivadas y uno nota que el propio cineasta está más cómodo trabajando con las set pieces, con los robots, las explosiones, los coches, que rodando enésimos refritos de todas sus escenas. Porque esta película es, quizá, un gran ejemplo de un cine cyborg, programado, todo ocurre en el momento más esperado y esperable, la sucesión más bien estridente de escenas de humor (que, como sabréis, protagonizan los padres-humillantes del protagonista, John Turturro y si suman un memorable John Malkovich y una inverosímil Frances McDormand) combinada con momentos de drama que nunca son valientes, ni llevan la historia a otro lugar (tampoco pueden, por otra parte). Entre los robots, brilla Sentinel Prime, con las facciones y el carisma vocal de un inestimable Leonard Nimoy, sin duda lo único divertido y natural de toda la función más allá de las citadas escenas.
Resulta sorprendente, por otra parte, que la gente asegure que la película da lo que promete. Las escenas de acción podrían acaso contar como triunfo en la filmografía del director, con cortes más largos y claridad visual sumada a grandes panorámicas y ralentíes, pero no concibo que esta película pueda ser divertida o incluso entretenida, pues su largo clímax ocurre con rutinaria vanidad, con lento y aburrido devenir industrial. Pero, se sabe, que habrá titulares mediocres que dirán que las cifras o el público han hablado, aunque no haya demasiado verbo.
Las películas, basadas y patrocinadas por ese juguete mítico de los años ochenta de Hasbro, deberían haber sido una gran fiesta de set pieces y también la consagración del discurso personal de Bay, que no es otra cosa que lo resumido allí arriba, y se quedaron un poco a medio camino, un poco porque se hacía autohomenajes de todas las películas y otro poco porque, por mucha simpatía que me despierten escenas de ‘La Roca’ o ‘Armageddon’ o ‘La isla’ (y siento un cariño especial por estas tres películas, aunque casi siempre sean por, ugh, aciertos de guión), admito que Bay es un ejemplo perfecto de como no planificar una escena, con cortes rápidos, movimientos bruscos de cámara y, snif, un desprecio absoluto por el espacio y el frenesí visual bien entendido.
Y, vaya por donde, en esta entrega de la saga no está Megan Fox y como decido ponerme servil con la llegada de la modelo de Victoria’s Secret, Rose Huntington-Whiteley, que ejecuta su peculiar versión de Lady Macbeth convenciendo a un robot de la humillación que otro está llevando a cabo. No daré demasiados spoilers, pues tampoco son requeridos para esta trama en la que, adivináis, los autobots deberán frenar el nuevo plan de invasión de los Decepticons. Shia LaBeouf, un moderno Antoine Doinel para la era del zapping, tendrá ahora problemas fálicos pues el coche del jefe es mayor y para su chica y él, en desgracia obrera y terrible, no puede comprar esas cosas tan gigantes y magníficas.
El gran tema americano sería el fracaso, pienso, y el otro sería la lucha por la Libertad cuya realidad está llena de dificultades y encima de un gobierno que, aunque da medallas, no permite a los héroes vivir como tales, en retiro espiritual. Pero América es un lugar para los héroes y el personaje de Sam Witwicky correrá, gritará muchas veces el nombre de Bumblebee y protagonizará las mejores set pieces que ha rodado Bay y de las mejores del verano presente. Porque, querido lector, esta película contiene las mejores escenas de acción de su inepto cineasta, además del único uso justificado de las tres dimensiones en mucho, mucho tiempo. Es una experiencia atronadora comprobar como cae un edificio o como dos robots gigantes chocan, es toda una aventura ver como cada explosión tiene un grado de detallismo tal que uno diría que la realidad en la que vive es más bien mediocre, de baja resolución, llena de bugs y sin alta definición.
El problema es que estamos, en la línea ya de la segunda entrega, ante un desastre narrativo de proporciones gigantescas. Para empezar, y sin ánimo de discutir esa naturaleza after hours de todo Bayhem (para quien no lo sepa, nombre que reciben las películas y el fiestón de kabooms que en ella se organizan), son demasiado ciento cincuenta minutos para una historia de este calibre. Si las set pieces estuvieran unidas por excusas mínimas, no hablo ya de ideas magníficas, estaríamos ante un blockbuster de manual, pero uno bueno o interesante. Si encima la narración fuera capaz de generar interés sobre cualquiera de los acontecimientos, incluso las palmas serían un buen manual. Pero no ocurre y es una lástima que el director no haya encontrado consejos para una historia así, porque hay algo genuinamente divertido en su prólogo lunar (cortesía del productor ejecutivo, Steven Spielberg) dispuesto a reescribir toda la historia al servicio de un gran secreto conspiranoico, suponiendo un elemento de interés que, por supuesto, es resuelto con facilidad y sin prestar atención a las posibilidades narrativas de esa idea.
Lo que si ocurre es que todas las líneas de intriga son derivadas y uno nota que el propio cineasta está más cómodo trabajando con las set pieces, con los robots, las explosiones, los coches, que rodando enésimos refritos de todas sus escenas. Porque esta película es, quizá, un gran ejemplo de un cine cyborg, programado, todo ocurre en el momento más esperado y esperable, la sucesión más bien estridente de escenas de humor (que, como sabréis, protagonizan los padres-humillantes del protagonista, John Turturro y si suman un memorable John Malkovich y una inverosímil Frances McDormand) combinada con momentos de drama que nunca son valientes, ni llevan la historia a otro lugar (tampoco pueden, por otra parte). Entre los robots, brilla Sentinel Prime, con las facciones y el carisma vocal de un inestimable Leonard Nimoy, sin duda lo único divertido y natural de toda la función más allá de las citadas escenas.
Resulta sorprendente, por otra parte, que la gente asegure que la película da lo que promete. Las escenas de acción podrían acaso contar como triunfo en la filmografía del director, con cortes más largos y claridad visual sumada a grandes panorámicas y ralentíes, pero no concibo que esta película pueda ser divertida o incluso entretenida, pues su largo clímax ocurre con rutinaria vanidad, con lento y aburrido devenir industrial. Pero, se sabe, que habrá titulares mediocres que dirán que las cifras o el público han hablado, aunque no haya demasiado verbo.
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23 de junio de 2011
Cars 2 no está convenciendo a la crítica norteamericana
Se dice que cuando el río suena es que agua lleva… Y podría ser el caso del próximo estreno de Pixar Animation Studios, Cars 2, que no está convenciendo a la crítica norteamericana en sus pases previos.
De hecho, la secuela de Cars ya es la película más criticada y peor valorada de la historia de Pixar. Y no lo decimos nosotros porque sí, sino teniendo como base los datos que hemos recogido por la red, los cuales francamente hablan por sí solos.
Si por algo siempre se había caracterizado Pixar, es por las excelentes acogidas que sus largometrajes de animación obtenían por parte de la crítica especializada. Solo tenemos que comprobar que en Rotten Tomatoes, diez de sus doce largometrajes obtienen un porcentaje superior al 90% de críticas positivas registradas, mientras que en Metacritic, ocho de doce películas tienen una puntuación superior al 85 sobre 100.
La única nota discordante de la filmografía de la factoría, y el primer tropiezo a nivel crítico importante tiene toda la pinta de ser Cars 2, que se estrena este fin de semana en Estados Unidos. La secuela empaña un currículum impoluto con unas notas y unos porcentajes muy por debajo de la media habitual de la compañía de John Lasseter y Steve Jobs.
No hace falta marear demasiado la perdiz: Mientras escribo estas líneas, Cars 2 tiene un 60 sobre 100 en Metacritic, mientras que en Rotten Tomatoes tan solo obtiene un 48% de críticas positivas registradas hasta el momento, con una nota media de un cinco y medio.
Es probable que a lo largo del fin de semana y de la semana entrante, estos números varíen para un lado o para el otro. Desde luego, no es nuestra intención hacer mala prensa de la película ni condicionar a espectadores potenciales. Es simple: la excelencia en la calidad de las películas a la que nos tienen acostumbrados desde Pixar provoca que el primer tropiezo crítico de los estudios sea una noticia digna de destacar por sorprendente e inusual. Nada quita que luego veamos la película y nos encante.
De hecho, la secuela de Cars ya es la película más criticada y peor valorada de la historia de Pixar. Y no lo decimos nosotros porque sí, sino teniendo como base los datos que hemos recogido por la red, los cuales francamente hablan por sí solos.
Si por algo siempre se había caracterizado Pixar, es por las excelentes acogidas que sus largometrajes de animación obtenían por parte de la crítica especializada. Solo tenemos que comprobar que en Rotten Tomatoes, diez de sus doce largometrajes obtienen un porcentaje superior al 90% de críticas positivas registradas, mientras que en Metacritic, ocho de doce películas tienen una puntuación superior al 85 sobre 100.
La única nota discordante de la filmografía de la factoría, y el primer tropiezo a nivel crítico importante tiene toda la pinta de ser Cars 2, que se estrena este fin de semana en Estados Unidos. La secuela empaña un currículum impoluto con unas notas y unos porcentajes muy por debajo de la media habitual de la compañía de John Lasseter y Steve Jobs.
No hace falta marear demasiado la perdiz: Mientras escribo estas líneas, Cars 2 tiene un 60 sobre 100 en Metacritic, mientras que en Rotten Tomatoes tan solo obtiene un 48% de críticas positivas registradas hasta el momento, con una nota media de un cinco y medio.
Es probable que a lo largo del fin de semana y de la semana entrante, estos números varíen para un lado o para el otro. Desde luego, no es nuestra intención hacer mala prensa de la película ni condicionar a espectadores potenciales. Es simple: la excelencia en la calidad de las películas a la que nos tienen acostumbrados desde Pixar provoca que el primer tropiezo crítico de los estudios sea una noticia digna de destacar por sorprendente e inusual. Nada quita que luego veamos la película y nos encante.
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7 de mayo de 2011
'Scream 4', desastroso regreso
Puede parecer una tontería esperar algo interesante de la cuarta entrega de una saga, en especial tratándose de una de terror (donde la tendencia parece ser la de repetir incansablemente un mismo esquema, abaratando costes, hasta el infinito y más allá), pero cuando ésta llega once años después de la anterior, y cuenta con la participación del mismo equipo que lo empezó todo, me parece imposible no sentir una gran curiosidad. Es decir, me parece hipócrita menospreciar una película simplemente porque hay un 4 detrás del título, y no tiene una exitosa base literaria detrás. Cierto es que la ya extrilogía de ‘Scream’ fue de más a menos, comenzando con una potente revisión del género de terror que no tuvo continuidad en una irregular secuela, concluyendo todo (o eso pensábamos hasta el año pasado) con una pobre tercera entrega que intentaba exprimir sin éxito el último jugo de una fórmula agotada.
Y sin embargo, la marca ‘Scream’ seguía dando dinero. La tercera parte costó 40 millones de dólares y recaudó más de 160 en todo el mundo, prácticamente lo mismo que las anteriores. Un negocio. Solo era cuestión de tiempo que Ghostface volviese a dar cuchilladas en nuestras pantallas, ya fuera a través de un “reboot”, recomenzando todo de nuevo, o con una secuela, continuando los hechos de la serie con los mismos protagonistas de las películas anteriores. La más sencilla y la más barata era sin duda la primera opción, pero quizá la operación no estaba muy clara; al fin y al cabo las generaciones más jóvenes sienten más cercana una saga como ‘Saw’, la primera ‘Scream’ es de hace 15 años, historia antigua para los fans del “torture porn”. Así que se apuesta por la nostalgia, volver a reunir a Wes Caven, Neve Campbell y compañía para lanzar ‘Scream 4’, la resurrección del “slasher” autoconsciente, repleto de guiños y referencias, supuestamente para darle una nueva vuelta de tuerca, y de paso enganchar a nuevos adeptos. Un fiasco en todos los sentidos, posiblemente la peor de la saga.
‘Scream 4’ (o ‘Scre4m’) nos devuelve al pueblo de Woodsboro, cuya tranquilidad será otra vez sacudida con el regreso de Ghostface y una nueva ola de asesinatos. Pero antes de eso tiene lugar un prólogo que es sencillamente lo mejor de la película, una cadena de falsos comienzos protagonizados por parejas de chicas (fantástica la escena de Anna Paquin y Kristen Bell) que además de parodiar la propia ‘Scream’, lanza divertidos dardos contra otros competidores del rentable género del horror (una de ellas suelta: “Saw da asco, no miedo”). Este arranque prepara al público de manera idónea para los más de cien minutos que vienen a continuación, ha recordado los tópicos, al icónico asesino, se ha burlado de todo eso y ha ofrecido los primeros crímenes. Tiene uno la sensación de que el paréntesis ha revitalizado la saga, que Kevin Williamson y Wes Craven han vuelto con ganas de marcha, que a partir de ahí todo va a ir hacia arriba… pero ocurre todo lo contrario, va hacia abajo. Y cuando parece que al menos se va a quedar ahí, sigue cayendo, hasta un desenlace bochornoso.
Tras el espejismo del prólogo, se enciende el piloto automático y muy pronto ‘Scream 4’ se revela como una secuela vacía, torpe y desganada, una abusiva repetición de chistes y situaciones de las entregas anteriores, integrando el uso de las nuevas tecnologías como gran novedad en una trama mecánica, desprovista de imaginación. No se respira pasión, y sí el vago esfuerzo por cumplir con una rutina, tanto en el guion de esta secuela-remake que ha escrito Williamson (reescrito en parte por Ehren Kruger, guionista de ‘Scream 3’) como en la puesta en escena de un Craven gris, carente de ideas, filmando unos asesinatos muy aburridos, sin la energía ni la violencia de antaño. Igual de apagados están los actores que dan vida a los supervivientes de la saga, Neve Campbell, David Arquette y Courteney Cox (especialmente inaguantable como la renovada Gale); habría sido buena idea eliminarlos nada más empezar. Por el contrario, la nueva generación se muestra más enchufada a la propuesta, con ganas de pasarlo bien con sus personajes y dejar huella en la saga. Aparte de los cameos citados, Emma Roberts, Hayden Panettiere, Alison Brie, Erik Knudsen y Nico Tortorella me parecieron los más destacados.
Aunque las cifras del mercado internacional bastarán para salvar los muebles, resulta evidente que ‘Scream 4’ no ha cumplido las expectativas de sus responsables, que antes del estreno ya estaban anunciando alegremente el inicio de una segunda trilogía. Es, con mucha diferencia, la entrega con peores cifras de las cuatro, apenas llega a la mitad de lo que recaudaron las otras. Y no es que me alegre, pero me parece justo. Tiene sentido que un producto hueco y desalmado que nace con la única intención de generar grandes cantidades de dinero para sus responsables se dé un batacazo en taquilla (o al menos no recaude la salvajada que esperaban). “Nueva década, nuevas reglas”, anunciaba el cartel. El verdadero eslogan es “Nueva década, viejos errores”. Si de verdad pretenden lanzar ‘Scream 5’, creo que la única manera honesta de hacerlo es destruir todo lo hecho y empezar de nuevo, con otros personajes, con otro equipo. Con sangre nueva, nunca mejor dicho.
Y sin embargo, la marca ‘Scream’ seguía dando dinero. La tercera parte costó 40 millones de dólares y recaudó más de 160 en todo el mundo, prácticamente lo mismo que las anteriores. Un negocio. Solo era cuestión de tiempo que Ghostface volviese a dar cuchilladas en nuestras pantallas, ya fuera a través de un “reboot”, recomenzando todo de nuevo, o con una secuela, continuando los hechos de la serie con los mismos protagonistas de las películas anteriores. La más sencilla y la más barata era sin duda la primera opción, pero quizá la operación no estaba muy clara; al fin y al cabo las generaciones más jóvenes sienten más cercana una saga como ‘Saw’, la primera ‘Scream’ es de hace 15 años, historia antigua para los fans del “torture porn”. Así que se apuesta por la nostalgia, volver a reunir a Wes Caven, Neve Campbell y compañía para lanzar ‘Scream 4’, la resurrección del “slasher” autoconsciente, repleto de guiños y referencias, supuestamente para darle una nueva vuelta de tuerca, y de paso enganchar a nuevos adeptos. Un fiasco en todos los sentidos, posiblemente la peor de la saga.
‘Scream 4’ (o ‘Scre4m’) nos devuelve al pueblo de Woodsboro, cuya tranquilidad será otra vez sacudida con el regreso de Ghostface y una nueva ola de asesinatos. Pero antes de eso tiene lugar un prólogo que es sencillamente lo mejor de la película, una cadena de falsos comienzos protagonizados por parejas de chicas (fantástica la escena de Anna Paquin y Kristen Bell) que además de parodiar la propia ‘Scream’, lanza divertidos dardos contra otros competidores del rentable género del horror (una de ellas suelta: “Saw da asco, no miedo”). Este arranque prepara al público de manera idónea para los más de cien minutos que vienen a continuación, ha recordado los tópicos, al icónico asesino, se ha burlado de todo eso y ha ofrecido los primeros crímenes. Tiene uno la sensación de que el paréntesis ha revitalizado la saga, que Kevin Williamson y Wes Craven han vuelto con ganas de marcha, que a partir de ahí todo va a ir hacia arriba… pero ocurre todo lo contrario, va hacia abajo. Y cuando parece que al menos se va a quedar ahí, sigue cayendo, hasta un desenlace bochornoso.
Tras el espejismo del prólogo, se enciende el piloto automático y muy pronto ‘Scream 4’ se revela como una secuela vacía, torpe y desganada, una abusiva repetición de chistes y situaciones de las entregas anteriores, integrando el uso de las nuevas tecnologías como gran novedad en una trama mecánica, desprovista de imaginación. No se respira pasión, y sí el vago esfuerzo por cumplir con una rutina, tanto en el guion de esta secuela-remake que ha escrito Williamson (reescrito en parte por Ehren Kruger, guionista de ‘Scream 3’) como en la puesta en escena de un Craven gris, carente de ideas, filmando unos asesinatos muy aburridos, sin la energía ni la violencia de antaño. Igual de apagados están los actores que dan vida a los supervivientes de la saga, Neve Campbell, David Arquette y Courteney Cox (especialmente inaguantable como la renovada Gale); habría sido buena idea eliminarlos nada más empezar. Por el contrario, la nueva generación se muestra más enchufada a la propuesta, con ganas de pasarlo bien con sus personajes y dejar huella en la saga. Aparte de los cameos citados, Emma Roberts, Hayden Panettiere, Alison Brie, Erik Knudsen y Nico Tortorella me parecieron los más destacados.
Aunque las cifras del mercado internacional bastarán para salvar los muebles, resulta evidente que ‘Scream 4’ no ha cumplido las expectativas de sus responsables, que antes del estreno ya estaban anunciando alegremente el inicio de una segunda trilogía. Es, con mucha diferencia, la entrega con peores cifras de las cuatro, apenas llega a la mitad de lo que recaudaron las otras. Y no es que me alegre, pero me parece justo. Tiene sentido que un producto hueco y desalmado que nace con la única intención de generar grandes cantidades de dinero para sus responsables se dé un batacazo en taquilla (o al menos no recaude la salvajada que esperaban). “Nueva década, nuevas reglas”, anunciaba el cartel. El verdadero eslogan es “Nueva década, viejos errores”. Si de verdad pretenden lanzar ‘Scream 5’, creo que la única manera honesta de hacerlo es destruir todo lo hecho y empezar de nuevo, con otros personajes, con otro equipo. Con sangre nueva, nunca mejor dicho.
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