Los vampiros están de moda, y parece que más que nunca. Lejos quedaron las películas de terror de la Universal, que inmortalizarpn a Bela Lugosi, y años más tarde las de la Hammer, la madre del cine de terror moderno —ahora de moda otra vez, gracias a ‘La mujer de negro’ (‘The Woman in Black, James Watkins, 2012), de gran aceptación crítica—, con Christoper Lee a la cabeza, hasta llegar a la actualidad —pongamos unos cuantos años hacia atrás para definir tal término—, en la que una excelente serie de televisión, obra y gracia de Alan Ball, rejuvenece el mito vampírico hasta límites insospechados, y cómo no, la saga de vampiros pijos que parece lobotomizar a las audiencias. Los hombres lobo también está de moda, pero menos. La saga ‘Underworld’ los ha unido enfrentándolos a muerte en un mundo apestado de humanos, y es que a este paso, lo extraño será un humano.
Me considero un defensor de los dos títulos de esta saga, dirigidos por Len Wiseman —metido ahora en empresas mayores, como la de hacernos olvidar ‘Desafío total’ (‘Total Recall’, Paul Verhoeven, 1990), primera adaptación de un relato del gran Philip K. Dick—, o dicho de otra forma, no considero ‘Underworld’ (id, 2003) ni ‘Underworld: Evolution’ (id, 2006) tan malas como la mayoría de la gente piensa. Son film entretenidos en su justa medida, y que no faltan al respeto a los universos de los chupasangre ni de los licántropos, ofreciendo cine palomitero sin demasiadas pretensiones. Eso sí, la precuela —ejercicio cinematográfico parece que obligado en estos tiempos— ‘Underworld: La rebelión de los licántropos’ (‘Underworld: Ryse of the Lycans’, Patrick Tatopoulos, 2009) es vergonzosa, al igual que esta cuarta entrega, realizada única y exclusivamente debido a las tendencias de otra moda actual, la cansina 3D.
‘Underworld: El despertar’ (‘Underworld: Awakening’, Måns Mårlind y Björn Stein, 2011) continúa la acción dejada en el segundo título de la serie, aunque haciendo algo que suena a excusa argumental metida a calzador. Tras un prólogo que explica la de leches que se dan humanos y vampiros, Selena es congelada despertando doce años después en un mundo en el que los vampiros y los licántropos se esconden esperando una oportunidad de resurgir para dominar el mundo. Len Wiseman ya no dirige aunque es autor del guión y la historia, y cómo no, productor del evento. O sea, de alguna forma sigue dando las órdenes, y realmente esta película parece un intento nada más que comercial de resucitar la saga, mejorando los efectos visuales, acomodándose a la técnica 3D, y también un vehículo para su mujercita, una saltarina Kate Beckinsale, que se lo pasa en grande filmando secuencias de acción. Ella sola, claro.
Mårlind y Stein habían dirigido ‘Storm’ (id, 2005), que por aquí vimos de tapadillo, y no me extraña pues era uno de esos films pretenciosos con toques de ciencia ficción, bebedores de ‘Matrix’ (‘The Matrix’, The Wachowski Brothers, 1999) —curiosamente una de las fuentes de la saga Underworld—, y que más tarde hicieron la aún inédita en nuestras salas ‘La sombra de los otros’ (‘Shelter’, 2009). Ahora han probado las mieles del éxito al despuntar en taquilla cuando ‘Underworld: El despertar’ se ha estrenado en los USA, aunque sin cifras espectaculares. El resultado, artísticamente hablando, no ha estado a la altura de las circunstancias, a no ser que una cinta de acción, poblada de efectos visuales, con escenas de acción ridículas y una mala fotografía sea sinónimo de buen cine. Pero me temo que no, ni en nuestros sueños más húmedos.
Selena —una Kate Beckinsale como siempre, o sea, sosa y sin ganas, por muy bien que le siente el cuero— despierta de su letargo forzado, descubriendo que su amado ya no está, pero que tiene una hija de doce años, que cuando se mosquea es como Hulk, pero en pequeño y de otro color. En realidad, una nueva esperanza para la supervivencia de ambas especies. Stephen Rea hace un trasunto de mad doctor, obsesionado con la pequeña, y Charles Dance aparece en un par de escenas en plan aparición especial, por eso de darle un poco de categoría al conjunto. Selena se enfrentará a todos con su cuerpazo, sus colmillos y alguna que otra arma de fuego. Le ayudarán un vampirillo rebelde que sueña con la liberación de los suyos, y un policía amante de las causas justas. Las apariciones y desapariciones en escena de ambos personajes claman al cielo.
Pero si algo me ha llamado la atención de la película, dejando a un lado sus estupideces argumentales, es el penoso trabajo de fotografía, obra y gracia de Scott Kevan, el cual parece no conocer los matices. Por momentos demasiado brillante de luz, en otros más tenebrosos no juguetea argumentalmente con el sustancioso material que tiene entre manos. Y es que no hay nada peor que en un film de estas característica no haber sido capaces de crear una atmósfera adecuada, pero que le vamos a hacer cuando en 85 minutos —la única sorpresa del film— todo es una cansina sucesión de tópicos y lugares comunes, sin ritmo ni emoción. Y ya no hablemos de los personajes, con los nuevos hay un pase, pero que en su tercera entrega el de Selena quede reducido a la mínima expresión, oda al esquema más básico, ya es un indicio de las intenciones de sus autores. Y con ese final, podemos echarnos a temblar, porque la quinta entrega parece prácticamente necesaria.