Vuelve en su tercera entrega esta mítica manada de lobos que ha protagonizado las fiestas cinematográficas más salvajes que se recuerdan desde que falleciera James Belushi. En un intento por ofrecer algo distinto a lo que vimos en The Hangover y su secuela, Todd Phillips y su equipo nos llevan por nuevos territorios argumentales en The Hangover Part III para culminar su trilogía por todo lo alto. Algo que sin duda resulta muy positivo al no repetir una fórmula que, a pesar de que fuera tan divertida como la primera, ya estaba un tanto gastada en The Hangover Part II, pero que por otro lado tiene alguna que otra contraprestación que muchos tratarán de minimizar.
Si es un gran acierto no repetir por tercera vez ese esquema de la fiesta salvaje de la que no se acuerdan de nada para tratar de encajar las piezas que faltan (y que les faltan) a la mañana siguiente , todavía resulta mucho más estimulante que hayan decidido centrar toda la atención en Alan, sin duda el personaje más divertido y disparatado de todos. Algo que no le hacía falta a Zach Galifianakis para robarles todo el protagonismo de sus compañeros, pero que sin duda aprovecha para coronarse como un cómico sin límites ni prejuicios, pero que permanece siempre dentro de los límites de la coherencia de su personaje. Algo que no consiguen el propio Todd Phillips y Craig Mazin, autores del guión de la película, que pareciera trataran de dotar a los personajes de una dimensión psicológica que quizás no hubieran necesitado, así como nuevos objetivos a un relato que quizás hubiera transcurrido mejor repitiendo su propia fórmula, lo que hubiera sido más coherente si no hubieran querido aprovechar el tirón del títulos de la película haciendo alusión a una resaca que no aparece por ninguna parte y arrasando lo que prometían en la publicidad.
Cierto es que se agradece que el planteamiento varíe con respecto a sus predecesoras, pero de ahí a introducir una excusa argumental que les proporcione un modo de aprender una lección de vida, hay un trecho que ni ellos necesitaban ni su público les había demandado. De hecho, yo creo que la ausencia de prejuicios de los que fueran creadores de los personajes y guionistas únicamente de la primera entrega, Jon Lucas y Scott Moore, contrasta con los de esta tercera parte. Sí, no voy a negar que me lo pasé pipa durante toda la proyección, pero también me dio la impresión de que desaprovechaban algunos personajes y situaciones, que además se presumían los nuevos reclamos de esta fiesta.
El personaje desaprovechado más claro es el que interpreta John Goodman, que hubiéramos pensado que al coincidir con Galifianakis nos iba a proporcionar un enfrentamiento colosal y mucho más divertido. Pero lo único que podemos comprobar es que si alguna vez Goodman pareció un cómico con posibilidades, no era por sus sentido del humor, sino por las cualidades del guión o porque comenzó al lado de la siempre magnífica Rosanne Barr. La situación decepcionante es claramente el momento con Melissa McCarthy, alter ego ideal de Zach Galifianakis que, como él, está totalmente exenta de cualquier prejuicio gestual y dotada de la misma movilidad geométrica. Quizás hubieran requerido de algo más que una piruleta para dar rienda suelta a su desbordante vis cómica que aparece aquí lamentablemente comedida. Un momento, además, que evidencia que quienes sí tienen algún que otro prejuicio son los propios guionistas, que consideran que un gordo sólo le podría gustar a una gorda y viceversa.
Dicho todo esto, The Hangover Part III es una opción más que recomendable para para disfrutar de grandes momentos de diversión. Empieza mejor que termina, pero está llena de aciertos como la incursión en Tijuana, la secuencia del Caesar Palace, los momentos paterno-filiales y viceversa. No está ni el tigre ni el mono, pero hay perros, gallinas, jirafas y Chow. Y, al fin y al cabo, tampoco creo que sea una película a la que nadie le fuera a pedir mucho más.