----
1010101010
110101010

1 de julio de 2013

'El hombre de acero', una travesía sin fin

El científico de Krypton Jor-El (Russell Crowe) está enfrentado a uno de sus generales, el sublevado Zod (Michael Shannon). El conflicto se resolverá dramáticamente y el hijo de Jor-El terminará en la tierra. Allí, Kal-El (Henry Cavill) descubrirá que tiene poderes y también un destino cuando el temible Zod escape de su encarcelamiento y amenace con destruir todo el planeta.

La invitación a la esperanza fue hecha. Los prometedores teasers, la estética bucólica de ellos y la promesa de que Christopher Nolan era uno de los padres del nuevo Superman invitaban a todo el mundo a pensar que este sería, efectivamente, un nuevo y mejor Superman que la fallida ‘Superman Returns’ (id, 2006) de Bryan Singer. El resultado es desolador, aburrido y una travesía sin fin.

Yo era uno de los escasos espectadores que pensó que cuanto más ruidoso, divertido y espectacular, mejor era el cine de Nolan. Por eso tanto ‘El caballero oscuro’ (The Dark Knight, 2008) como ‘El caballero oscuro: la leyenda renace’ (The Dark Knight Rises, 2012) me parecen películas más o menos encomiables, con todos sus agujeros de guión y con todos sus excesos de metraje, de hecho, creo que la tercera es la mejora absoluta sobre las otras dos.

Pero este mamotreto de Zack Snyder, escrito por David S. Goyer a partir de una historia suya y de Nolan, me recuerda porque ‘Batman Begins’ (id, 2005) tras una primera mitad de agradable acrobacia narrativa se convertía en un solemne e intragable coñazo sin demasiado interés. Pero claro, aquí la cosa empeora.

El asunto empieza con un agradable y esperanzador prólogo en Krypton. Allí, Russell Crowe demuestra ser, por primera vez en mucho tiempo, lo mejor de esta función y está divertido. También el diseño de producción y la dirección están a la altura, demostrando soltura, distancia e imaginación de las previas encarnaciones cinematográficas del nativo de Krypton. Después, en parecida intención de dar acrobacias narrativas a la manera del Batman nolanita, se pretende narrar la infancia y primera juventud de Superman a modo fragmentario, un concepto interesante que no tarda en ser lastrado por los tremendos e idiotas agujeros de guión de Goyer, un escritor pésimo, carente de inteligencia alguna cuando se trata de dibujar personajes psicológicamente complejos y ambivalentes.

Concibiendo desde un villano desdibujado a partir de un motor narrativo que no funciona (¿el códice? ¿pero para qué usarlo?) y cuyos planes de destruir a Superman no dejan de ser o confusos o lastimeros, la película entra en caída libre una vez decide eliminar del metraje a Jonathan Kent (Kevin Costner, perdido en su personaje) del modo más ridículo y paródico posible (un huracán, salvar a un perro y….un Clark impotente por un discurso).

La cosa empeora. Las transiciones entre escenas no funcionan, solamente la primera aparición de Faora tiene algo del estilo cinematográfico y vibrante que se supone que tienen que transmitir las batallas. Sí, ciertamente el ruido digital es tremendo y la batalla es larguísima, pero es estúpida, caótica y carece del pulso narrativo que hizo que ‘Los Vengadores’ (The Avengers, 2012) no fuera más o menos buena por tener un gran clímax sino también por saberlo contar y por saber mover a sus personajes de manera coherente (en lo visual y en lo argumental) en medio de una batalla, aumentando con ello el entretenimiento. Por si fuera poco, la reinvención consiste en un mejungue argumental de las dos primeras versiones de Richard Donner sin sentido de la maravilla, sin grandes interpretaciones y con barroco digital. Pero no es un problema de originalidad, sino de enfoque.

Por si fuera poco, la película se mueve entre una chusca metáfora de Cristo y una reivindicación nada disimulada del sacrificio de un individuo en medio de una sociedad mediocre que hará las delicias de los republicanos randianos estadounidenses, tan convencidos de que la meritocracia es la solución a todo resquebrajamiento y desigualdad en la sociedad.

Del desaguisado, con una presencia inexplicable de los militares y su presunta fuerza – recurso heredado pésimamente de ‘Transformers’ (id, 2007)- lo que aquí tenemos es un espectáculo olvidable, largo, aburrido y que tiene el mérito de haber despojado a Superman de imaginación, fuerza e inteligencia. Era un icono que apelaba a la esperanza, y a muchas clases de ella: a la esperanza primaria de surcar las nubes y mirar el mundo desde ellas pero también a la que de un hombre en apariencia corriente surgiera la fuerza, el tesón y el coraje para afrontar los problemas. Y no es que esto vaya en detrimento del drama: los que hayan leído las versiones de Kurt Busiek o John Byrne del personaje saben que su origen permiten grandes dosis de dramatismo, siempre y cuando se haga desde la imaginación y no en contra de ella.

La angustia existencial de este Superman carece de poesía alguna – qué lejos estamos de las versiones de Alan Moore del personaje – y solamente Amy Adams, en un papel breve, logra hacer algo más visible el conjunto.

Mal escrita (¿por qué Superman asume la identidad de Kent al final si el guión ha resuelto con astucia la habilidad de Lane para adivinar de quien se trata con tres llamadas? ¿qué clase de ridícula venganza pretende Superman sobre Zod cuando este se pone amenazador? ¿Y por qué desestima tan pronto otras opciones y se comporta como un vulgar héroe de acción ochentero?), mal narrada, mal dirigida y en general, salvo dos o tres interpretaciones, peor interpretada por actores desconcertados o atrapados en un registro, esta es una película que una vez termina merece lo contrario de su aspecto solemne y su tono grandilocuente: el más rápido, veloz y claro de los olvidos.