Después de muchos meses de interminables ajustes en la producción y en la post-producción, nos llega la que se supone es la puesta al día del mito del Hombre Lobo. Parecía que no iba a estrenarse nunca, y aquí la tenemos. Aunque a tenor de lo visto, no hubiera sido ninguna desgracia que nunca hubiera llegado a las pantallas. El género fantástico, una vez más, sufre de una aportación perpetrada por un director absolutamente incompetente, que pretende desplegar un gran amor por el cine en este homenaje/remake, pero que lo único que deja claro es su interés por el negocio y su nulo conocimiento del medio.
Basada, o eso dicen, en el clásico de 1941 interpretado por Lon Chaney Jr. y dirigido por George Waggner (un filme bastante anquilosado, encorsetado, que ha envejecido muy mal, pero que muchos veneran como la película fundacional del mito), o más bien en el guión de Curt Siodmak, la estrategia consistía en rehacer aquella película, modernizándola y dándole un aire nuevo, pero lo único que han conseguido es demostrar una incapacidad manifiesta, en un conjunto que, desde el mismo comienzo, se instala en la más aplastante mediocridad, y en muchos momentos roza el ridículo más espantoso.
Cuando muchos hablan de la infantilización imparable del cine artesanal, productos (o subproductos) como este, no hacen si no darles la razón. Auténtico capricho personal de Benicio del Toro (que ejerce también en labores de productor, lo que en muchos casos es signo de vehículo de lucimiento personal), a quien muchos hace años veían como el perfecto sucesor de tantas adaptaciones del mito, parece que este intérprete está gafado, pues tan con su anhelada (y luego decepcionante) ‘Ché’, como con este hombre lobo descafeinado, está muy lejos de explotar todas sus virtudes de buen actor.
Un equipo formidable
No sale uno de su asombro cuando echa un vistazo al grupo de portentos que trabajan en esta pobrísima película. Para empezar, el diseñador de producción Rick Heinrichs (el verdadero artífice del tan cacareado toque visual de Tim Burton, “toque” que Burton, casualmente, ha perdido desde que no trabaja con él…), que es uno de los más grandes vivos en cuanto a la creación de espacios de fantasía, y que con el trabajo de ‘Una serie de catastróficas desdichas’ erigió una obra de arte en sí misma. Aquí parece sin ideas, un simple reformulador de viejos ambientes a los que se les dota de vida, pues a estas alturas no basta con dibujarnos un Londres neblinoso de postal.
Para seguir tenemos a Milena Canonero, que es una de las más grandes leyendas vivas en el diseño de vestuario, y que al igual que su colaborador Heinrichs parece apagada, sin ideas ni fuerza. Al lado de estos dos gigantes uno aún más grande, el montador Walter Murch (que sospecho se incorporó para pulir las oquedades del otro montador, Dennis Virkler), que tanto en labores de montaje como de sonido es un gigante de su oficio, habitual además de Francis Ford Coppola. Pero obtenemos un montaje que es un caos que no hay por donde coger.
La cosa se agrava todavía más cuando vemos que el responsable del maquillaje de las criaturas es nada menos que el mítico Rick Baker, uno de los más reputados especialistas en ese campo que existen. Y el maquillaje, la verdad, palidece al lado de otra creación suya como ‘Un hombre lobo americano en Londres’, mucho más barato y más imaginativo, sin contar con los CGI de los que aquí abusan para crear imágenes de videojuego barato. Y termina de culminar el desastre cuando vemos que el guión lo firma Andrew Kevin Walker y David Self, dos consumados escritores que aquí firman el libreto más escandalosamente pobre de sus vidas.
Todo esto sucede cuando el director, un tal Joe Johnston (que empezó haciendo los efectos visuales de ‘Star Wars’, y luego dirigió aventuras olvidables como la tercera del parque jurásico, o como ‘Jumanji’), más preocupado por el aspecto más superficial del relato, que por contar una historia bien armada. Su puesta en escena es mecánica, encorsetada y torpe hasta la náusea. No hay el menor rastro de una narración vigorosa, o de alguna secuencia inspirada, porque ni siquiera hay secuencias.
Pero es en el apartado de la dirección de actores donde el descalabro es total. Benicio del Toro, que había afinado maravillas en ‘Traffic’ y, sobre todo, en ‘21 gramos’, está completamente perdido sin un personaje interesante al que entregarse. Este hombre necesita retos, y esto no lo es.
Nunca es creíble como héroe de acción, y su drama es increíblemente insulso, sin interés ninguno.
A su lado, Anthony Hopkins (en su peor papel en años, y ha tenido muchos papeles muy malos), está en otra película, y está espantoso. Emily Blunt es muy fotogénica y quizá tenga un futuro como actriz, pero su papel es una sombra. Al lado de todos ellos, la siempre estimulante presencia de Hugo Weaving, que es el más salvable de un reparto dantesco, no puede hacer nada por sí sola para salvar el engendro.
El cine de terror es un cine dificilísimo de dominar. Sus resortes (que muchos medianías acomplejados se jactan de manejar…) son dominados por dos o tres iluminados en cada generación de narradores. No basta, ni por asomo, con una atmósfera turbia, o con sustos provocados por subidones de sonido. Por cada Polanski de ‘La semilla del diablo’ hay muchos Joe Johnstons incapaces.
El cine de terror consiste, nada menos, en preparar psicológicamente al espectador, poco a poco, como una maquinaria perfecta. En dejarle sin defensas. En destrozarle los nervios. En hacerle regresar, en definitiva, a un estado de indefensión absoluta al que se va a entregar hipnotizado, de buena gana.
Pero este ‘El hombre lobo’ lo que consigue que queramos de buena gana es marcharnos de la sala.