Si vas a ver “Conan the Barbarian” esperando un producto de entretenimiento, durante algo más de hora y media, es posible que esta sea tu película. No te digo que no. Pero debo advertirte que es un producto efímero que sólo podrás saborear mientras las luces del cine estén apagadas y que se te olvidará una vez abandones la sala de proyección. Si por el contrario buscas una película que además de servirte de evasión te cuente una historia interesante a través de unos personajes bien construidos, te has equivocado de sala al comprar tu entrada.
Más que una película, Marcus Nispel parece ofrecernos el primer episodio de lo que, no cabe ni la menor duda, piensa convertir en una franquicia (esta palabra va camino de convertirse en sinónimo de baja calidad). No es que la psicología de sus personajes esté mal trazada ni que las acciones que van a ir ensamblando la trama de la película sean más o menos interesantes, es que da la impresión de que tiene demasiada prisa por contarlo todo. Lo que no se traduce en una película frenética, con un ritmo trepidante, sino en un batiburrillo de secuencias de acción que, apoyadas en un infantil estereotipo del bien y del mal, impiden la crear el mínimo vínculo con unos personajes que al final, te da lo mismo si viven o mueren.
Si las aptitudes de Jason Momoa (sean cuales sean), le han debido servir para prosperar en series de televisión como “Baywatch”, “Stargate: Atlantis” o “Game of Thrones”, está claro que no funcionan de la misma manera en un largometraje cinematográfico, aunque sea “Conan the Barbarian”. Quizás la única presencia relevante sea la breve aparición de Ron Perlman como Corin, el padre de Conan, que es el único personaje de toda la película por el que, al menos un servidor, llega a sentir alguna emoción. De la banda sonora, mejor ni comento.
Y todo esto hablando por sí misma, porque no os cuento si encima la comparamos con su predecesora, de la que para habernos vendido que se alejaba, guarda demasiadas similitudes visuales aunque ninguna narrativa. Si el guión que escribieran John Milius junto a Oliver Stone era capaz de transmitir la evolución de la personalidad de Conan a través de sencillas elipsis, así como de transportarnos a un mundo mágico y fascinante, el que escribe el trío formado por Thomas Dean Donnelly, Joshua Oppenheimer y Sean Hood, tan sólo consigue enlazar una secuencia con otra para que la narración tenga sentido, no viendo en ningún momento cómo Conan asimila las enseñanzas de su padre —lo que me lleva a deducir que los guionistas tienen la misma prisa en desarrollar sus personajes como su director en contar la historia—, y más que con magia, lo hacen con trucos de prestidigitadores de medio pelo.
Y de la banda sonora, mejor ni comento.