Si algo parecen haber olvidado los realizadores, es que las escenas de acción y el caos postapocalíptico sólo tienen significado cuando la audiencia siente empatía por los personajes envueltos en ello. Super 8 da en el clavo al conseguir que nos involucremos a nivel personal con los protagonistas, un grupo de amigos en un pequeño pueblo estadounidense que cumplen el sueño infantil que muchos hemos compartido: hacer cine.
El ingenio narrativo, tanto del guión como en su resolución visual, nos recuerdan que no es necesario ser obvios al momento de contar una historia para que la audiencia se conecte y entienda la trama. Por más que la cinta pueda llegar a tener incontables nods al cine ochentero o a la propia filmografía de Spielberg, su frescura es innegable. La historia de los niños y su pasión por el cine (que los cinéfilos no podrán evitar apreciar) se combina adecuadamente con el elemento sci-fi.
El mérito de dirección es evidente, no sólo por sus múltiples y complejas escenas con efectos especiales, sino por sus elaboradas tomas amplias en las que se conjuntan diversos elementos (niños corriendo, casas explotando, tanques transitando las calles de los suburbios) que suman cuadros hermosos. Las actuaciones de todo el elenco son genuinamente sobresalientes, con momentos dramáticos correctamente intercalados con el sentimiento de urgencia de una buena survival movie.
En suma, la cinta nos recuerda a las buenas historias que lograban conmovernos, entretenernos y, más que nada, emocionarnos, además de contar con un elevadísimo nivel de producción. Nota: no se pierdan los créditos finales.